El desprecio por la vida
El desprecio por la vida
Redacción El Heraldo
A diario somos testigos de hechos que reflejan indiferencia y hasta desprecio por la vida. Lo vemos en el taxista que se negó a llevar al hospital a una mujer con dolores de parto y que la dejó en plena vía pública, donde finalmente tuvo que nacer la niña que llevaba en sus entrañas.
Se manifiesta en los asesinatos de niños, jóvenes y adultos, en las masacres por revanchas familiares, asuntos pasionales o narcotráfico. En la venta de drogas o de pólvora, en el ejercicio médico negligente, en el trabajo mal hecho en una vivienda en construcción o en un taller mecánico, donde el lucro y la usura priman sobre cualquier responsabilidad para con el prójimo.
Pero también se refleja en los funcionarios corruptos que sustraen fondos, los desvían o malversan para favorecerse a sí mismos o a unos pocos, en detrimento de una mayoría que finalmente no recibirá los beneficios que se habían planificado con aquellos recursos.
En los diputados que condicionan la aprobación de leyes según su conveniencia o en el partido político que recibe fondos para su campaña sin importar cuál sea su procedencia.
En la falta de investigación policial o en la inexistente aplicación de la justicia, como si las vidas que fueron segadas por una mano criminal no valen nada, ni merecen que se castigue al culpable.
En el docente que no llega a impartir clases, sin reflexionar en que está marcando el futuro de una generación y condenándola a seguir en la pobreza e ignorancia. O en la paternidad irresponsable que niega el derecho de los niños a recibir afecto, protección y seguridad.
Y es que la inconsciencia en torno al don de la vida, que no es solo respirar, poder comer o recibir un salario, sino desarrollarse a plenitud, tiene muchas formas y manifestaciones.
“Todos debemos colaborar para construir un mejor país”, dijo el cardenal Andrés Rodríguez.
Instalarse en la pasividad y en la indiferencia, ya sea en la casa, en la escuela, en el trabajo, en la universidad, en la Policía, la Fiscalía, el Congreso, la Corte o el Ejecutivo, no auguran sino más de lo mismo.
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