Ese otro individuo de las redes sociales

Ese otro individuo de las redes sociales


JOSÉ ADÁN CASTELAR

Entre los otros “yo” que todos llevamos dentro el hondureño tiene uno que usa particularmente en internet, que puede ser alegre, familiar, poético, nostálgico, grosero, soez, irrespetuoso, sarcástico, fastidioso, prudente, afortunadamente gracioso y ocurrente, y muchas veces violento, algunos demasiado violentos.

Desde luego que cualquiera puede tener este comportamiento en el trato directo con personas, pero la barrera y la distancia que marca Facebook, Twitter o Instagram le permite a muchos tomar valor para decir cosas, sobre todo cuando se trata de insultos, diatribas, descalificaciones y amenazas, que jamás se atreverían a hacer si tuvieran a la persona en frente.

La sociología estudia las redes sociales desde los años treinta del siglo pasado, es decir, antes de que internet le robara el nombre. Eran esos lazos, muchas veces irrompibles, que unían a las personas con su entorno social: la familia, los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo, los colegas; y en ese ambiente se formaba la personalidad, se arraigaba la confianza y se construía el individuo, daba sentido de pertenencia y se afianzaba la identidad.

Por eso la persona que se nos para en frente o que se sienta a la mesa con nosotros, no es la misma que se desgrana en internet; en el cara a cara hay una infinidad de señales subliminales que son parte de la comunicación: los rostros que transmiten alegría, enojo, placer o preocupación; el tono de voz, el movimiento de las manos, la respiración, los olores y el contacto físico. Así, tan cerca, cuando no se comparte lo que el otro dice es más difícil insultar o amenazar.

La persona pone en las redes sociales solo la representación de sí misma, con su foto y su nombre, pero condicionada por toda la atmósfera social que la rodea: puede compartir con sus “amigos” de Facebook momentos familiares y profesionales, detalles culturales, noticias, chismes, decires, o defender con fragor un equipo de fútbol o un partido político hasta desbordar los límites de la tolerancia y terminar en insultos y falta de respeto.

Sobra destacar aquí la importancia de las redes sociales para la difusión de la información y el conocimiento; incluso permite cierta libertad para enviar los mensajes porque no hay censura previa ni requisitos para quien publique, aunque es inevitable que en medio de tanta información se cuelen datos falsos o tergiversados.

El insospechado éxito de las redes sociales se aloja allá donde escarba la antropología, en esa necesidad humana de estar integrado, como ocurre en la vida normal, por eso algunos preguntan con extrañeza: ¿No estás en Facebook? Y los que están necesitan demostrar que merecen pertenecer al grupo, que los tomen en cuenta y publican cosas esperando que les den el ansiado “Me gusta” o que compartan su “post”.

Los de Facebook o Twitter mantienen un grupo alrededor y la conexión permanente unas dieciocho horas al día y les parece que todo mundo está conectado; sin embargo, en Honduras todavía no ocurre, solo hay un poco más de un millón seiscientos mil hondureños con servicio de internet, significa que apenas llega al 19 por ciento de la población; en la Unión Europea alcanza al 94 por ciento, en Estados Unidos el 91 por ciento, igual que Japón y México con el 50 por ciento, Argentina 93 por ciento, Costa Rica 84 por ciento y El Salvador 29 por ciento.

Bueno, la primera imprenta llegó a Honduras casi 400 años después de la invención de Gutenberg; algo tendremos que esperar para una internet con más cobertura, más rápida y ojalá más barata, para ese otro hondureño cibernético que llevamos dentro.

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