De reelección y continuismo

De reelección y continuismo


 
Aunque ambos conceptos pueden estar muy ligados y casi confundir sus gelatinosos significados, existe una línea roja que los separa y ubica a cada uno en su respectivo lugar. Es bueno conocer esa frontera para evitar confusión innecesaria y manipulación interesada.

Esta reflexión viene al caso porque el tema se ha puesto de moda en los últimos días, sobre todo a partir del momento en que las intenciones reeleccionistas del actual gobernante se han vuelto más y más evidentes. Su pretensión inocultable de permanecer y continuar, sin plazos definidos, en los aposentos de Casa Presidencial, rodeado del inevitable círculo de asesores áulicos y acompañado por los eternos y solícitos colaboradores en los fastuosos viajes de sultán del subdesarrollo, ha creado un clima de creciente crispación política e incomodidad social, de disgusto colectivo, de hastío general. Hay un clamor indignado y unas ganas inmensas de gritar ¡Ya basta!

Y, ahora, como para agregar más leña a la hoguera, algunos sectores de la llamada “oposición política” expresan abiertamente sus intenciones de probar suerte en la contienda y decidir, en consulta interna, si sus bases aprueban o no la decisión de sus jefes de medir fuerzas con el intrépido gobernante. En consecuencia, la crispación crece y el tema se convierte en el centro de la atención pública.

Por eso, el título de este artículo, aunque parece un juego de palabras, en realidad no lo es. Sería, en todo caso, un juego de conceptos, una contraposición de nociones que tienen significado y contenido diferentes, aunque casi paralelos y cercanos. Mientras que la reelección puede y debe ser una figura legal opcional, inherente al Estado de derecho y parte constitutiva de la normativa electoral democrática, el continuismo es la forma aberrante, ilegal y abusiva de la reelección. La primera puede ser, de acuerdo a la ley, continua o alterna, indefinida o restringida en el tiempo, mientras que el segundo siempre será irregular, arbitrario y opuesto al democrático concepto de alternancia en el ejercicio del poder público.

La reelección puede ser una opción democrática en países que cuentan con una institucionalidad fuerte, respetada y eficiente. Países en los que existen robustos mecanismos de control que impiden o limitan seriamente las inevitables tendencias al abuso del poder. Honduras no pertenece, por desgracia, a ese tipo de países. El nuestro padece una institucionalidad débil, fragmentada y contaminada por el nocivo virus de la politización partidaria que, de manera inevitable, casi siempre deriva en vulgar “partidarización” de las estructuras gubernamentales. No hay un Estado de derecho en el verdadero sentido de la palabra. Somos un Estado degradado, camino de volvernos un Estado fallido. Por lo mismo, los abusos del poder y el uso indebido de los recursos estatales son la norma y no la excepción.

En un país semejante, la reelección, en tanto que opción legal, electoral y democrática, no es posible, ni es aconsejable. No hay condiciones para ello, ni de control, ni de rendición de cuentas, ni de probidad, ni de transparencia. Si se permite su existencia, no haremos otra cosa que preparar el camino para el continuismo, la forma más arbitraria, deformada y vergonzante del reeleccionismo. La reelección “al estilo Honduras” no será otra cosa más que el paso hacia el abismo, el salto mortal hacia la instauración plena de un régimen dictatorial, absolutista y autoritario. No permitamos que eso suceda. Estamos a tiempo.

La democracia, reza una de mis definiciones preferidas, es el sistema que permite y estimula la incertidumbre positiva, estableciendo reglas claras del juego para que la oposición pueda optar a convertirse en gobierno, y éste, a su vez, entienda que puede llegar a ser futura oposición. Un libre juego, con reglas precisas que aseguren la fluidez del sistema político y el funcionamiento normal del Estado de derecho, haciendo viable la alternancia pacífica y civilizada en el control y ejercicio del poder. Ese tipo de sistema y esa forma de Estado deben ser las metas y aspiraciones de todos los políticos realmente democráticos. El resto, como escribió el poeta Jorge Guillén, es selva…

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