Gobierno gordo; la mesa, ¿vacía?

Gobierno gordo; la mesa, ¿vacía?

Juan Ramón Martínez

Creo que nadie en su sano juicio puede incomodarse porque el FMI después de evaluar las cifras del Gobierno le otorga una buena calificación. El que el Gobierno ordene las finanzas, reduzca el déficit fiscal y asegure una tasa de crecimiento positivo, es algo bueno para el país. Y en consecuencia, todos – incluida la oposición más lucida – debemos celebrar tal acontecimiento.

El problema es que cada quien habla de la fiesta de acuerdo con la forma como lo trataron. Las mujeres que antes necesitaban que las sacara a bailar un danzante masculino cuando eran favorecidas por muchos solicitantes decían que la fiesta había sido muy buena. Y las que se “abonaban”; es decir, las que bailaban con un solo acompañante la mayoría de las piezas musicales, mucho mejor. 

Pero en cambio las que habían sido víctimas de la injusticia en la distribución de las gracias físicas, o por su conocida torpeza para seguir las armonías de la música, eran muy poco invitadas a bailar. Ellas, al día siguiente, cuando les preguntaban decían que la fiesta había sido muy mala, aburridísima y con una música horrible. Algo ocurre con las noticias que favorecen al Gobierno. Los miembros del mismo celebran las buenas nuevas con alegría inusual, pero muchos dan vuelta a la cara, se burlan del FMI y no creen una palabra de lo que oyen. Los más cínicos, incluso, dicen que los que celebran los éxitos del Gobierno nos andan engañando a todos los hondureños.

En el caso que nos ocupa, los economistas racionalizan las diferencias entre lo que dicen del Gobierno y lo que piensa la población, utilizando una clasificación que se ha tornado clásica: una cosa es la macroeconomía, y otra, la microeconomía. La primera se refiere a las cuestiones del sector público y las cifras generales del aparato productivo nacional. La segunda tiene que ver con el día a día de las personas que, conscientes de las realidades de la vida concreta, valoran los hechos en función de su capacidad para “terminar el mes”, su endeudamiento personal, e incluso por el número y tamaño de las tortillas que consumen en la mesa. Por ello es que, para la mayoría de la población, las cosas no andan bien, el cambio no les favorece. Y más bien, sienten que al no mejorar la situación, esta empeora abiertamente.

Se trata en efecto de dos visiones sobre la misma realidad. Y que tiene que ver con la justicia o injusticia en este caso, del ingreso, puesto que el hecho que el Gobierno ande bien, no significa necesariamente que la realidad de la población ande igualmente bien. Por el contrario, más bien si se dan estas diferencias, quienes más saben de estas cosas hablan de forma directa y sin tapujos, de injusticia del ingreso; es decir, que de la mesa del Gobierno no cae nada hacia la mesa del pueblo, en vista que los mecanismos de distribución del producto social están basados en el egoísmo estatal. Ocurre que vía los subsidios – un invento populista para mantener tranquilas a las clientelas electorales – el Gobierno protege a los suyos, escoge a sus electores y asegura los futuros resultados comiciales; sin embargo, no le preocupa la generalidad de la población.

En el pasado, el Gobierno era más pequeño y menos “gordo” que ahora. Nacionalistas y liberales lo han venido usando, desde los ochenta para acá, como una fuente de pago a sus activistas y favorecedores. De ahí que su crecimiento ha sido de tal forma que consume la casi totalidad de lo que produce el país, dejando vacía la mesa de las mayorías. 

Que aunque las víctimas de la manipulación electoral, poco a poco van descubriendo una relación de efecto entre gordura del Gobierno y pobreza de las mayorías, el día que todo el mundo se entere que cuando el Gobierno es feliz, hay tristeza en los hogares hondureños, se producirá un levantamiento general que nadie podrá controlar. Eso ha ocurrido en otros lugares.

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