No más muertos

No más muertos

Editorial La Prensa

Los hondureños quisiéramos un día levantarnos, abrir las páginas del diario, sintonizar la radio o encender la televisión sin que se nos hablara de más muertos. Los medios, que no son más que testigos de la vida nacional, muestran lo que hay: más de media docena de alcaldes presos por nexos con la delincuencia organizada, jóvenes que mueren acribillados por asesinos a sueldo, inocentes que pagan con su vida estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, cuerpos desmembrados tirados en una cuneta o en un baldío, y así hasta el infinito. El crimen no respeta edad, sexo, religión, estrato social ni nivel educativo, es espantosamente democrático.

El Gobierno asegura que las tasas de criminalidad han descendido, la Comisión Depuradora continúa con el proceso de saneamiento de la Policía, esfuerzos para generar más seguridad se hacen desde diversas instancias, pero la sensación de desprotección, de estar a la merced de la delincuencia que padecen los ciudadanos, no parece estar a la baja. La gente procura vivir la normalidad, ha aprendido a dónde ir y a dónde no, dónde meterse y dónde no meterse, pero las conversaciones, las anécdotas que los amigos o los vecinos se refieren, giran, muchas veces, alrededor de asaltos, asesinatos y masacres. Es común oír contar que en la esquina o semáforo apuntaron a alguien con una pistola o recibir advertencias sobre las precauciones que hay que tomar cuando se va a determinado lugar. Hay zonas enteras en las ciudades más importantes del país a las que se teme entrar porque en ellas no está segura ni la Policía; hay barrios y colonias cuyo nombre es sinónimo de muerte y de los que la gente honrada ha debido huir despavorida.

Decía el poeta uruguayo Mario Benedetti que los pueblos se cansaban de morir; los hondureños esperamos que el nuestro se canse pronto. El país tiene un potencial que ni nos imaginamos, en Honduras hay gente trabajadora, honesta, inteligente, que tiene mucho que dar para tomar los caminos de desarrollo a los que todos aspiramos. Además, como se ha dicho tantas veces, los buenos somos más. Pero falta fortalecer la denuncia, seguir luchando contra la impunidad, abrir más espacios verdaderamente democráticos, abandonar los intereses personales, de partido y de grupo, lograr mayor transparencia en la gestión pública; cosas que sabemos que deben darse pero que no nos atrevemos a brindar y a exigir. Porque todos esperamos que llegue el día en el que los muertos, las masacres, los encostalados sean un pretérito muy imperfecto, un despertar de esta pesadilla que está tomando demasiado tiempo de nuestro sueño de país.

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