No decir nada y que la gente lo crea

No decir nada y que la gente lo crea


JOSÉ ADÁN CASTELAR

Todo mundo sabe que los políticos mienten y vuelven a mentir, pero votan por ellos y vuelven a votar. Sueltan palabras y palabras, que no dicen nada ni significan nada, pero las repiten tanto que llegan a tomar forma en las campañas electorales y logran despertar el entusiasmo de una masa de votantes que, incluso, vota contra sí misma.

Los políticos están convencidos de que la población no escucha las propuestas, que a nadie le interesan y se enfocan en promover su imagen, algunas cancioncillas pegajosas, en las banderas de los partidos y sobre todo, en un discurso insustancial que se atiene más a las emociones de los seguidores que a los proyectos para resolver los problemas de la población. Pero con esta actitud de apriscar a los ciudadanos como a un rebaño de ovejas solo dejan claro que la única intención es llegar al poder para gozarlo.

“Vamos a luchar contra la pobreza”. ¿En serio? Primero, nadie está a favor de la pobreza, así que no hay contra quién luchar, tal vez erradicarla; segundo, eso llevaría décadas y políticas públicas acertadas, no un simple gobierno de un gobernante simple. Y la vacuidad se multiplica cuando se habla sobre justicia, desarrollo, inclusión, empleo, salud, educación, bienestar y seguridad.

Y así ha sido desde que los primeros sapiens que deambulaban por África oriental hace setenta mil años vivieron la evolución cognitiva, descubrieron el lenguaje y la memoria, y le dieron un giro espectacular a nuestra historia. Las diferentes culturas consideraron que la “palabra” era divina: en el antiguo Egipto los escribas la usaron para redactar leyes; y el primer texto religioso maya es “La palabra de Chilam Balam”; y el cristianismo dice que Adán la usó para dar nombre a las plantas y a los animales; y los griegos acudían también al oráculo para escuchar la palabra del destino. Y en nombre de la “palabra” se invadieron territorios, se hicieron guerras y revoluciones, se derribaron gobiernos y se mataron personas.

Aquí en nuestra Honduras los gobernantes más recientes usaron la “palabra” para sus frases y eslóganes vacíos y superfluos: Roberto Suazo Córdova hablaba de “internacionalizar la paz”, mientras albergaba a ejércitos extranjeros y había desapariciones forzosas y guerra fría; después llegó José Azcona con su célebre “¿Cuál crisis? Yo no la veo”, que no necesita explicación; y vino Rafael Callejas con su “gobierno del cambio”, y los hondureños cambiaron a más pobreza; y Carlos Roberto Reina con una “revolución moral”, que no fue ninguna de las dos cosas; Carlos Flores con su “nueva agenda”, ¡Pero nunca hemos tenido agenda!; Ricardo Maduro con el “gobierno de la gente”, ¿De qué gente? Si solo sumó más pobreza; y Manuel Zelaya propuso “el poder ciudadano”, y el poder siguió en las mismas personas; Porfirio Lobo ofreció “el gobierno de la reconciliación” y seguimos tan divididos; y Juan Orlando Hernández habló de “una vida mejor”, seguido de varios paquetazos de impuestos, criminalidad y desempleo. Sabidos de que la población se conforma con poco y que acepta casi todo.

Otra vez vamos a tiempos electoreros y ya afloran las frases gastadas y las promesas vacías; y se anuncia una campaña manchada por los ataques personales, las descalificaciones, el insulto, la diatriba, las acusaciones, mientras el país continúa con las venas abiertas.

Pero aunque los políticos se quieran apropiar de las palabras, el lenguaje es la creación humana más democrática que hay: el habla la hace el pueblo, la transforma, la mejora y le da vida sin la intervención de ningún poder, y un día la “palabra” servirá para terminar con la barbarie.

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