Un monumento
Un monumento
JULIO ESCOTO/ESCRITOR
Los hay concretos, materiales, voluminosos y alzados sobre bases de piedra y articulados con concreto y revestimientos de piedra o mármol: monumentos que como el arco del triunfo en París o la berlinesa Puerta de Brandemburgo acopiaron los mejores elementos arquitectónicos para encumbrar, memorar y ensalzar supremos instantes históricos, particularmente ganes de batalla. O monumentos contemporáneos como el hotel Burja’al Arab, de Emiratos Unidos, que sigue sorprendiendo al universo por los atrevimientos de su diseño e ingeniería. O feos, dolorosos y tétricos como el del holocausto en Tel-Aviv, o bellos, inmarcesibles y exclusivos como el actual Tahj Majal, dedicado a memorias de amor.
¿O acaso no son las iniciales cápsulas espaciales rusas, lanzadas y fracasadas en 1956 (hasta el Sputnik), y que dejaron a perros y quizás cosmonautas extraviados en el espacio exterior, originales monumentos a la soberbia científica y el riesgo…? Y los millares de cadáveres regresados fríos de Vietnam, ¿no son monumentos a la estupidez de la guerra, del capitalismo y los imperios, a grado tal que durante la sucesiva guerra del Golfo se prohibió que las cámaras captaran el retorno de similares cuerpos a los aeropuertos estadounidenses…?
Este que citamos hoy es monumento a ciencia, sabiduría, humanidades e investigación lingüística. Se trata del Diccionario de Americanismos (DA) que la Real Academia de la Lengua, asentada en Madrid, ha impreso conjunta con la Asociación de Academias similares del mundo (AALE, 2010) y que es modelo, epítome de la búsqueda de cierto tipo de verdad en el más joven continente del orbe, al que se dice “inventado” porque Colón jamás supo haber descubierto un nuevo mundo y porque a su mayor cosmógrafo, Américo Vespucio, dióle por bautizarlo con su propio nombre... Toda una fabulación.
Bajo la presidencia de don Víctor García de la Concha, y de don Humberto Morales como director de proyecto, entre otras ilustres autoridades, coordinó el equipo de redacción el “medio” hondureño Atanasio Herranz, para quien el DA es como culminación física de su dedicación espiritual a América, cierre de su periplo internacional, la huella, legado y marca sensoria que deja a las siguientes generaciones no sólo de España y Honduras, por lo afectivo, sino del orbe.
Es un volumen de 2340 páginas en formato menor que carta (10x7”), pasta dura y sobrecubierta, lástima que el colofón no indique tipo de papel usado, en apariencia un Biblia ligero o Bond 16 yesado. Lo cierto es que el grueso del volumen es 3.25 pulgadas y su peso 1.7 kilogramos. Pero tales son minucias, curiosidades para ocioso lector.
La maravilla es que la obra contiene, hasta lo factible, las voces todas de la castellanía americana, aludiendo ello al único y singular uso que generaciones de habitantes de estas tierras hacemos del idioma español en nuestras propias variantes léxicas, semánticas, fonéticas y, en globalidad, lingüísticas a partir de la base histórica que es el español originalmente plantado en América, por entonces imperial. Cipota en Comayagua es muchacha, en Barcelona pene; garrobear no existe en Madrid, mientras que en el campo hondureño es habitual...
Falta espacio para reseñar las virtudes de este tomo lingual: baste decir que clasifica cada entrada de palabras por origen etimológico, género, procedencia geográfica (diatopismo), homonimias, polisemias, criollismos, en fin, el universo del manejo y la comprensión de la lengua particularmente hablada en el “continente de la esperanza” y que es hoy el grupo demográfico más grande del idioma a escala universal. Enhorabuena.
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