Sueños vueltos pesadilla

Sueños vueltos pesadilla

Editorial La Prensa

Hacerse de una vivienda en Honduras se ha vuelto cada vez más difícil. El costo de la tierra y de los materiales de construcción ha ido alejando de grandes sectores de la población la posibilidad de tener una casa digna propia. Para muchos esa casa propia ha significado el trabajo de décadas. Algunas familias han obtenido una parcela en terrenos ejidales o privados, primero por medio de una invasión, luego a través de la regularización de la propiedad, y ahí han levantado una vivienda de madera que, con el trabajo duro y los años, se ha sustituido por una de “material”, en donde se han sentido más seguros y han visto el futuro con mayor esperanza.

Hay en los barrios y colonias de Tegucigalpa y San Pedro Sula, sobre todo, cientos, miles de historias de hombres y mujeres que habiendo dejado el área rural se instalaron en estas ciudades y se dedicaron a trabajos muchas veces duros y mal pagados, pero con los que fueron haciéndose de un pequeño capital que hizo posible la “casita propia”; un sueño hecho realidad.

Hoy, la violencia y la inseguridad, han puesto en peligro y vuelto pesadilla esos sueños. Más de una familia ha debido abandonar la casa que fue construyendo poco a poco, que fue mejorando con muchísimo esfuerzo, que era lo único que heredarían a las generaciones venideras. Un criminal o un grupo de ellos han amenazado de muerte a barrios enteros para que sus habitantes huyan y así poder apoderarse de las viviendas para convertirlas en centro de operaciones de todo tipo de actos delictivos. Esos criminales han hecho uso del terror para privar a estas familias del fruto de su trabajo honrado, del producto de años enteros de esfuerzo y privaciones. En Honduras se habla muchas veces de inseguridad jurídica, pero no hay mayor inseguridad jurídica que la privación injusta y violenta que está padeciendo este sector de la población.

Los dramas que, a través de los medios, se han dado a conocer a la comunidad nacional, son tremendos. Hay familias que han quedado divididas, unos, presos por el miedo, han preferido irse; otros, más valientes o más desesperados han decidido arriesgar la vida y defender lo que legítimamente les pertenece. El Estado, por medio del ejército y de la Policía, ha dicho a los pobladores que pueden quedarse y que se les garantiza su seguridad. Pero no todas las víctimas están convencidas de la permanencia del ofrecimiento estatal. Tiene miedo que, luego de unos días, los cuerpos de seguridad se vayan de la zona y la zozobra vuelva al lugar.

Todos esperamos que la protección brindada a los pobladores de los barrios y colonias amenazadas sea permanente y que no se despoje a ninguna familia de su casa, de la posesión que más serenidad provee a la vejez de cualquier persona.

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