LOS ARCABUCEROS Y LOS EMPRESARIOS

LOS ARCABUCEROS Y LOS EMPRESARIOS


Editorial La Tribuna

CUANDO dimos la voz de alerta sobre la cruel desplumada que la autoridad monetaria le ha dado al “indito” Lempira –por instrucciones de las aves agoreras– de 19 lempiras por dólar en que estaba unos años atrás, la moneda se había devaluado a 22.74 lempiras. El Bantral detuvo el desprendimiento por unas dos semanas, pero en cuanto los jefes del FMI les dieron un tirón de orejas, continuaron los empellones al indómito para aproximarlo al filo del peñón. Desde abajo, en la planicie, afinan la puntería los arcabuceros del FMI. En estos últimos días, centavo a centavo –como la gélida gota de agua que caía imparable sobre los presos del Castillo de Omoa para impedir que conciliasen el sueño, el lempira continúa depreciándose. Al momento de escribir estas líneas se cotiza a 22.7689 lempiras por dólar. Que no les quepa la menor duda que la procesión fúnebre va a continuar. Sin embargo un dirigente empresarial del litoral norte aconsejaba a sus compañeros, no estresarse que pronto las cosas “se iban a normalizar”. Lo que nos hizo recordar el buen humor de Dumas cuando decía que, “si a muchos empresarios el gobierno les dice que ocupa un cáñamo para guindarlos, se pelean por vender el lazo con que los van a colgar”.

Ya explicamos que la curva de la demanda en el exterior para los postres que exportamos es inelástica. La depreciación tiene un efecto mínimo en el patrón de consumo de los compradores allá, ya que estos no comen más banano o toman más café porque les cueste un centavo menos, sino porque al recuperarse la economía norteamericana aumenta el número de consumidores y tienen más ingresos. Así que la devaluación solo beneficia a los consumidores de afuera que compran más barato lo que vendemos y perjudica al consumidor nacional que paga más caro por las materias primas, los alimentos, las medicinas, las gasolinas y la interminable lista de esencialidades que importamos. Las aves agoreras no velan por el bienestar del país sino para favorecer a los consumidores de los países de donde vienen. ¿Cuántos casos hay de países que han perdido su estabilidad política, cuando la gente se rebela al estrangulamiento de las medidas de contracción que los asfixian? Y a propósito de la alta carga impositiva que tiene el país, una de las más pesadas de la región, los empresarios han venido renegando que con costos tan altos no hay forma de competir, ni de generar fuentes de trabajo que emplee al creciente batallón de desocupados, ya que a puras cachas subsisten. El Cohep acaba de elegir a un respetado empresario de la costa norte –y buen amigo– como su cabeza.

Ahora que discuten con el gobierno la simplificación de un nuevo esquema tributario, el dirigente empresarial acertadamente ha pedido “equiparar los impuestos en relación a los demás países de la región para reducir las asimetrías”. (Los datos comparativos indican que el país tiene la presión tributaria más alta de la región, sacándolo de competencia, en detrimento de la producción nacional y de la balanza comercial que es deficitaria con los vecinos). Hasta allí iba bien el joven empresario. Pero a renglón seguido, expresa algo que no hace mucho sentido: “No estamos pidiendo que bajen los impuestos, sino que se equiparen para no perder competitividad, o le suben los vecinos, o llegamos a un intermedio”. No sean ingenuos. ¿Pero de dónde sacan que los vecinos van a querer cambiar su estructura tributaria y subir impuestos solo para que Honduras sea competitiva? Cada país hace lo propio pensando en su interés no en el interés ajeno. Los demás países buscan bajar el costo a la iniciativa privada para que, a lo interno, los productos cuesten menos al consumidor nacional, para crear empleos, y para poder exportar a precios más bajos a su alrededor. ¿Cuál, en claro, es el planteamiento de la nueva dirigencia empresarial sobre estos temas?

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