LA “ACADEMIA” Y LOS “DESPOJOS INSERVIBLES”


LA “ACADEMIA” Y LOS “DESPOJOS INSERVIBLES”

Editorial La Tribuna

Por la necia insistencia en el absurdo de quienes pareciera no es doctrina del derecho la que imparten sino del “revés”, estábamos a punto de concluir que no coincidiríamos en nada. El asunto objetado –tema central del debate– es el necrófilo razonamiento de los valencianos que enseñan a sus alumnos, no a respetar y a cumplir las leyes –como cualquier estudiante de secundaria aprende en el curso elemental de Moral y Cívica– sino que la Constitución sea “un cadáver insepulto”. Sin embargo prescindiendo de esa tesis jurídica luctuosa, con el ánimo de encontrar sensatez en sus escritos –indudable que la hay– descubrimos chispazos rescatables de lucidez. Entre ellos las citas que hacen del preclaro pensamiento de nuestros próceres sobre la función de la academia en el “examen crítico de las cosas, el derecho de pensar y de dudar”. Si Valle –abonando a las citas– también planteaba que: “la ilustración es el principio primero de todo bien. Procurar la de los pueblos es abrir la fuente de donde fluyen todas sus venturas”.

Así que no hay controversia ni con el sabio, ni con el paladín de la Unión Centroamericana, ni con la contribución del renacimiento a la cultura y menos con el legado del cristianismo a la humanidad.

No es ese el foco concéntrico del debate. La polémica no se refiere a la ética de educar a los pueblos, o al derecho de expresarse o a disentir de las personas, así que no hay que agarrar el rábano por la hojas o intentar confundir al auditorio con ese enzarzado chirivisco para salirse del tema. Nadie rebate lo anterior, ni que las leyes “no puedan estudiarse señalando inconsistencias, ambigüedades o contradicciones” porque la discusión no se trata de eso. Esa asociación indebida que hacen los valencianos que la defensa de la Constitución vigente equivale a asumir que quienes la defienden la juzgan inmejorable, es antojadiza. Todo –menos Dios– es imperfecto. Lean bien lo que se escribe. Dijimos que “caben reformas para corregir contradicciones y dar al texto actual mayor armonía y consistencia que requiere todo texto jurídico; pero hasta allí no más. Ahora, que la academia –dizque por su derecho a cuestionar, a explorar, a inquirir– salga con una propuesta de nueva Constitución, eso ya es harina de otro costal. Sobre ese asesinato a la Ley Fundamental es que disentimos de los académicos, tanto porque toda Constitución supone una voluntad política y popular indubitable –no de emborronar antojos en los pupitres del aula universitaria– como porque la propia Constitución impide su aniquilamiento. El mismo artículo 375 consigna los delitos que se cometen por ese genocidio.

Así que disipen de una vez por todas cualquier susceptibilidad. Emulando lo que Juan de Mairena decía a sus discípulos según relata Antonio Machado: “El pensamiento lógico solo se da, en efecto, en el vacío sensible; y aunque es maravilloso este poder de inhibición del ser, de donde surge el palacio encantado de la lógica (la concepción mecánica del mundo, la crítica de Kant, la metafísica de Leibnitz, por no citar sino ejemplos ingentes), con todo, el ser no es nunca pensado; contra la sentencia clásica, el ser y el pensar (el pensar homogeneizador) no coinciden ni por casualidad”.

“Confiemos en que no será verdad nada de lo que pensamos”. Recapitulando, como decíamos ayer: Nadie ha dicho que profesores y estudiantes de postgrado “no puedan contribuir al análisis de los problemas nacionales”. Sí pueden. Lo que no pueden es proponer una nueva Constitución suplantando la soberanía popular. Nada de malo tiene que la academia analice e instruya, hasta disparates, como a veces sucede. Pero una Constitución no es el compendio del conocimiento ni de la alucinación de licenciados. La Constitución es algo que se da en momentos excepcionales de la historia y como se trata de la ley de leyes posee un rango superior, cuya majestad merece consideración y respeto, no que la deshonren como si fueran despojos inservibles, listos para el panteón.

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