CABRAS Y OVEJAS

CABRAS Y OVEJAS


Editorial La Tribuna

ES oportuno recordar algunas propuestas que en el pasado se han ofrecido con el propósito que las comunidades más pobres del interior, intenten otras opciones de subsistencia diaria, con miras a un mejoramiento de la salud y de los estándares de vida familiar y colectiva. Una de esas opciones es que las aldeas y municipios cuyos bosques sean resecos, sobre todo en primavera y verano, con frecuentes reveses en los cultivos de maíz, frijoles y arroz, experimenten con la crianza de cabras y ovejas, en cuyos cuidados pueden intervenir perfectamente todos los habitantes de una sola comunidad, incluyendo a las mujeres y preadolescentes.

Desde tiempos inmemoriales se sabe que el ganado cabrío exhibe una capacidad adaptativa fuera de lo común, sobre todo en los paisajes escarpados y agrestes. Las cabras se vuelven enfermizas ante la lluvia y la humedad, razón por la cual su crianza es peculiar en las subregiones secas y semidesérticas. Algo análogo ocurre con el ganado ovejuno, aunque con las diferencias que convendría señalar. Aparte de ello los precios de las cabras andan tres veces por debajo de cada ejemplar de ganado vacuno lechero. Y la fertilidad es mucho mayor que la de las vacas. Estas cosas elementales las conocen muy bien los cabreros y ovejeros que han intentado, en Honduras, experimentar con estas saludables posibilidades de producción de leche, carne, mantequilla, cuajada, queso y las respectivas variedades de pieles. Lo mismo ocurre con las ovejas que, además de lo anterior, producen abundante lana, para fábrica de telas y artesanías.

Experimentos concretos al respecto se han verificado, desde comienzos de la década de los ochenta, en algunas aldeas de los alrededores de Marcala. También en las proximidades de Jesús de Otoro; en Lepaterique; y en la zona sur del país. Con experiencias aisladas en Olancho. Pero el caso es que aquellos campesinos y hacendados que se han interesado en el asunto, han tenido éxitos indiscutibles. Y si han abandonado el experimento ha sido por pura negligencia de sus propietarios; o porque han percibido mayor rentabilidad en otros rubros agropecuarios. Pero el asunto es que para fines de subsistencia saludable el ganado cabrío (o caprino) se vuelve cada año más indispensable en los municipios con zarzales y bosques escasos. Las cabras se alimentan, perfectamente, de zacate amarillento y de hojarascas resecas. Hasta se hace la broma que las cabras son capaces de comer piedras y alambres de púas.

Esta propuesta se les reformuló, en algún momento, a las autoridades hondureñas, para el municipio de San Marcos de la Sierra, que hace pocos años el Programa de Naciones Unidas lo tenía clasificado como el municipio más pobre de Honduras. Es decir, sin agua dulce, con altos niveles de desnutrición y con pocos monocultivos de sobrevivencia; apenas con algunas hectáreas colectivas de café y de árboles de aceituna para producir jabones populares. El municipio aludido es tan reseco, pobre y escarpado, que lo más aconsejable era que toda la comunidad, de unos seis mil habitantes en aquel entonces, se dedicara en forma completa a la crianza de cabras y producción de los derivados alimentarios de este noble animalito doméstico. Las enseñanzas para criar y cuidar cabras son tan básicas que pueden ser aprendidas hasta por campesinos analfabetos. Sin embargo, esta crianza exige alguna dedicación para que la leche sea higiénica y los cabritos crezcan saludables. He aquí una humilde alternativa, de bajo costo, para los pueblos más afectados por las sequías y penurias de cada año. En muy pocos gastos se incurriría al momento de ejecutar estos proyectos de ganado caprino y ovejuno para la supervivencia de nuestros pueblos más pobres del interior del país.

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