LA BOMBA DE LAS DIEZ DE LA MAÑANA
La bomba de las diez de la mañana
Estalla una bomba en el concurrido centro de una gran ciudad, son las diez de la mañana en punto. El pánico cunde por todas partes, la gente huye despavorida, las víctimas son numerosas. Entre el humo y los gritos pidiendo auxilio las noticias dan la vuelta al mundo que detiene su diario quehacer para contemplar con horror los alcances de la intolerancia humana.
El Gobierno del país afectado de manera inmediata eleva la alerta, a la vez que emite un comunicado solidarizándose con las víctimas y ofreciendo una pronta captura y condena de los responsables.
Inmediatamente el lugar empieza a ser visitado por residentes y turistas, que aprovechan para hacerse “selfies” que sirven para informar a los amigos de su presencia en el sitio exacto que saldrá en las fotografías de todos los diarios del mundo.
Durante las guerras convencionales se acostumbra a decir -sin haber un estudio serio y científico que lo compruebe- que “nunca caen dos bombas en el mismo lugar”. Por ello, en muchos relatos de batallas reales, algunos soldados comentan que saltaban de cráter en cráter – cada vez que otra explosión abría uno nuevo- para con ello disminuir la posibilidad de concluir el día de la manera más estúpida que alguien lo puede terminar: muriendo.
Uniendo las dos ideas, el nuevo agujero producido por el mortero y la bomba de las diez de la mañana; ¿qué pasaría si al día siguiente, exactamente a las diez de la mañana en punto, otro artefacto mortal estallara en otra parte de la ciudad?
Nuevas medidas de seguridad, nuevas declaraciones y comunicados. Las agencias noticiosas, así como reporteros, camarógrafos y comentaristas tendrían un festín informativo; Posiblemente se repetiría lo ocurrido el día anterior -pero magnificado- ya que “nunca se ha producido algo así en la historia”.
Supongamos que al día siguiente -y a la misma hora- una nueva bomba destroza vidas y propiedades en otro lugar, repitiendo la escena. Tres días seguidos, la ciudad se está convirtiendo en zona de guerra.
Los noticieros lo destacan con aún mayor espectacularidad que los dos anteriores. Adelantemos ahora el calendario sesenta días, durante cada uno de los cuales, exactamente a las diez de la mañana, otra bomba estalla con la misma fatídica consecuencia: muerte y destrucción.
Para entonces –y en tan poco tiempo– ya la mayoría de la gente se ha acostumbrado a las puntuales explosiones. ¿Qué sucede entonces cuando se escucha el brutal ruido? Dos amas de casa que caminan juntas al supermercado comentan: “Ah, es la bomba de las diez de la mañana”. La policía y las fuerzas de auxilio no son sorprendidas, ya la están esperando, así como hospitales y casas fúnebres.
Muerte y destrucción ya no son noticias de primera plana, la cual está ocupada por otras informaciones menos predecibles. Así sucedió en Londres con los bombardeos nazis de la Segunda Guerra y ocurre actualmente en Siria, donde destrucción y caos son la forma normal de vivir y morir.
¿Nos sucede a nosotros? El primer ahogado de Semana Santa quizá llamó la atención; apenas para el fin del feriado las nuevas desgracias se convirtieron en referencias comparativas: Menos que el año anterior, más que el año anterior, al igual que se consumieron tantos o cuántos galones de cerveza o la cantidad de personas que viajaron.
Caos y destrucción tienden a convertirse en algo normal. Dos años después, en la ciudad ficticia de esta historia, a las diez de la mañana no estalló la bomba: ¡Noticia de primera plana!
Como decía el dictador ruso Stalin: un muerto es una desgracia, un millón de muertos es un dato estadístico.
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