¿MERECEDORES DE CONFIANZA?
¿MERECEDORES DE CONFIANZA?
Editorial La Tribuna
DECÍAMOS ayer que la carencia de autoestima se ha apoderado de la sociedad como virus contagioso. El último grito de la moda es que vengan a dictar conferencias magistrales, a enseñarnos cómo hacer para salir airosos, figuras cuestionadas en sus propios países que lucieron poco cuando les tocó gobernar. Hasta con amnesia de lo mal que uno de ellos trató al país, durante y después del conflicto político aquel, que casi desintegra todo avance institucional logrado en las últimas tres décadas de vida democrática. Inexplicable que aquí dirigentes empresariales emprendedores se muestren tan impresionados por una administración tan gris, como para tomarla de ejemplo en una cumbre de negocios. De modo que esas disertaciones sirvan de pauta referencial al país. Siquiera trajeran innovadores, personalidades admiradas, podríamos convenir que las limitaciones del país a veces obligan a buscar sapiencia donde la haya. A consultar y a pedir consejo cuando aquí se atoran las respuestas que internamente puedan darse a los problemas nacionales. A no enclaustrarse cuando sea posible asimilar conocimiento del éxito de otros.
Pero que valga la pena el árbol donde se arrimen. La calidad de asesoría que les brinden. Que vengan triunfadores a compartir sus logros, no la mediocridad cuya única particularidad sea que la trajeron de afuera. “La calidad de vida de los ciudadanos durante esa administración –resume un experto los resultados– no solo se estancó sino que retrocedió a un punto de sentir lástima”. Pero los empresarios que concurrieron al foro, recibieron cátedra de seguridad, de cómo crear empleos y motivar la juventud. Pese a que el modelo a imitar produjo “más de 6 millones de personas que engrosan el batallón de desocupados; fueron incontables las víctimas y los muertos que dejó la guerra con el narcotráfico, sin que se hayan reducido los altos índices de violencia”. Por lo menos –aunque tampoco se trate de algo estelar– el último que vino al traspaso de mando de la cúpula empresarial, cuenta con cierto respeto en el ámbito latinoamericano, ya que después de enfrentar una arremetida feroz de los carteles de la droga y el crimen organizado, en su país de origen, escaló a la Secretaría General del organismo hemisférico internacional.
A riesgo de aburrir, nada cuesta insistir. Entristece esa veneración que muchos tienen a lo ajeno. La fascinación por lo foráneo despreciando el valor nacional. La descalificación de instituciones, figuras, personalidades del país ha causado tal deterioro que nada y nadie es merecedor de confianza. De todo se duda y de todos se sospecha. Lo doméstico no concita mayor aprecio mientras se deslumbran por lo de afuera. No hay vergüenza en solicitar y hasta implorar que gente extraña venga a inmiscuirse en las cosas internas del país que, por mínima dignidad, solo debiese ser incumbencia de los hondureños. Organismos internacionales dictan las recetas que deban aplicarse –no importa si ayuden o empeoren la delicada situación que aflige a cientos de miles de familias, o alboroten un pueblo hastiado de tanto padecer– amenazando perturbar la relativa estabilidad política y social de estas democracias descalzas que usan de laboratorios de ensayo. Los esquemas de desarrollo tienen que ser prestados porque nadie piensa que pueda funcionar algo diseñado localmente. No siempre las cosas fueron así. Algo debe hacerse por revertir este sentimiento disminuido. Lo esencial para que cualquier pueblo salga a flote –más que posesiones materiales– es alta valoración de sí mismo, ánimo vivo, mentalidad positiva, conductas correctas y actitudes afirmativas.
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