¿Quiere morirse?
¿Quiere morirse?
Por: Benjamín Santos.
Lo común, lo más frecuente, es que nadie se quiera morir por más que se queje de la vida, de sus sufrimientos, de la falta de salud, dinero y amor, requisitos que se consideran indispensables para una vida feliz. Si después de un rosario de quejas le pegunta al quejoso si le gustaría morir dice sin pensarlo mucho, que no. A pesar de todo, la vida es interesante, es buena, vale la pena vivir, dicen. Sin embargo, siempre hay gente a quien le hiede la vida, como se dice en el argot popular. De hecho las cifras sobre suicidios aumentan cada vez más, especialmente entre los jóvenes y adolescentes. Entre todos los medios posibles prevalece el ahorcamiento e ingerir sustancias tóxicas, por ejemplo, las pastillas de curar frijoles. Debe ser un sufrimiento terrible, porque lo que hacen esas cosas es prácticamente deshacer todos los órganos que encuentran a su paso.
Cuando estaba de moda el romanticismo se suicidaban los poetas. Es famoso el caso del mexicano Manuel Acuña, el autor de Nocturno a Rosario. Cuando Juan de Dios Peza, su amigo, llegó al lugar ya había muerto el poeta. Peza fue contemporáneo de nuestro Juan Ramón Molina y murió dos años después del bardo hondureño, es decir en 1910. En nuestro caso el poeta Manuel Molina Vijil se suicidó mientras paseaba a orillas del río Choluteca cuando apenas tenía 30 años después de haber realizado estudios de Medicina en Guatemala. Otros se ahogaron en alcohol como Juan Ramón Molina que murió a los 33 años, víctima del alcohol y de la droga, la heroína en aquel tiempo. Afortunadamente ahora el cultivo de la poesía es una actividad creadora alejada de toda pasión enfermiza, aunque siempre expresa sentimientos y emociones, especialmente en el caso de la poesía lírica.
Ahora, se quiera o no la muerte, hay otros medios muy eficaces para pasar al otro mundo. Y, después de las disquisiciones antes apuntadas, voy al grano. Uno de ellos es comprar una motocicleta y circular por las calles como alma que se lleva el diablo sin respetar las señales de tránsito ni observar la más mínima prudencia al circular entre los otros vehículos. Todos los días vemos accidentes en los cuales uno de los protagonistas es un motociclista. El otro protagonista normalmente es un bus del transporte urbano o interurbano, pero puede ser también un carro particular. Para no viajar solo, lleve usted en una sola moto a su familia, la doña en la parte de atrás, usted adelante y dos o tres niños en medio. Los agentes encargados del orden vial no le dirán nada porque estarán llamando por celular o tendrán compresión por la escasez de medios propios de transporte.
Pero hay otros medios de llegar anticipadamente al destino final. Suba a un rapidito, esos busitos que se introdujeron con el pretexto de transportar a los pasajeros por un mayor precio, pero seguros y cómodamente sentados. Ahora son un transporte más que van volando peleándose la ruta y poniendo en riesgo tanto a los pasajeros como a los peatones. De los lanchones tradicionales ni hablar. Lo de ataúdes rodantes es lo menos que se puede decir de los mismos. Y para terminar hablemos del transporte interurbano. En manos de aprendices y locos del volante, no dudamos en recomendar a quienes quieran morirse que los aborden y hagan un viajecito si es posible por la carretera del norte que por su buen estado anima a los irresponsables a meter la pata.
Cuando en los programas de radio y televisión se llama para debate a los actores que tienen alguna responsabilidad como las autoridades, los dueños de transporte y los conductores resulta divertido ver cómo esquivan el bulto echándose la culpa mutuamente. Las autoridades echan la culpa a los empresarios del transporte, estos se la echan a los conductores que ellos mismos contratan y los choferes culpan al mal estado de las unidades que conducen y la de nunca acabar. ¿Por qué retienen la unidad de transporte y no al conductor que es el responsable, dicen? Es que las carreteras carecen de señales, dicen otros. Y no falta quien le eche la culpa a los muertos y heridos que quedan tirados en la carretera. Todos están seguros que con la nueva Ley de Transporte todo cambiará para continuar con la mitificación de la ley como remedio milagroso para todos nuestros males. Perdone la ironía, querido lector, pero el estilo es el hombre como dijo Tertuliano.
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