La sonrisa de Mayela

La sonrisa de Mayela



Por: Dagoberto Espinoza Murra

“La sonrisa de Mayela es como el despertar de un nuevo día… La sonrisa de Mayela, es brisa mañanera que suavemente refresca las desérticas y solitarias parcelas donde, callados y serenos, transcurren mis días otoñales”. Quien así describe la sonrisa de su nietecita es el abogado Hernán Cárcamo Tercero, fallecido a sus noventa y dos años, el día dieciséis de este mes.

Cárcamo Tercero nació en la bella ciudad sureña de San Marcos de Colón, en el hogar formado por don Emeterio Cárcamo Montoya y doña Rosa Tercero Peña. Allá admiró el verdor de la meseta de Comalí y los pinares y robledales de sus empinadas serranías. También -nos dijo en una ocasión- sintió las sacudidas de los fuertes vientos arremolinados del Chinchayote y desde allí, extasiado, se quedaba viendo los rojos atardeceres del Golfo de Fonseca. En todos esos parajes nutrió su espíritu con lecturas edificantes y comenzó a deleitarse con las imágenes poéticas de Rubén Darío y Juan Ramón Molina.

Prueba de ello es el hermoso poema “Así la amé”, del cual -por razones de espacio- únicamente reproducimos el primero y el último cuarteto: “La amé con mi silencio que era más expresivo, /con mi muda añoranza, con mi anhelo y mi fe, /con las dulces ternuras, que hoy en mi altar revivo, /como homenaje póstumo a lo que pudo ser. //¡Misterios de la vida! ¡Contradicción sin nombre! /Hoy buscando razones, hay una muy distante: /que no fue una mujer ante el amor de un hombre, /sino que ante un poeta, fue una estrella errante”.

Don Hernán, como lo llamábamos con afecto, fue un gran educador, que no se conformaba con brindar su sapiencia en las aulas universitarias. Cuando leíamos sus artículos en este rotativo y algunas revistas, o cuando escuchábamos sus conferencias literarias, siempre aprendíamos algo nuevo, pero sobre todo, percibíamos su afán de hacer el bien a la comunidad, mejorando la conducta de sus ciudadanos. Sostenía el que el escritor debe aprovechar su trinchera para fortalecer los valores cívicos y morales de los compatriotas y cultivar, hasta donde sea posible, la estética, pues decía que la belleza endulza el alma.

El abogado Cárcamo Tercero descolló en los campos del Derecho y de la diplomacia: Fue profesor de la UNAH, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, embajador en Venezuela y República Dominicana, pero la obra imperecedera será, a nuestro entender, su producción literaria, ya que cultivó con esmero dos géneros: el ensayo y la poesía. Es opinión de varios de sus amigos más cercanos que posiblemente haya sido en el ensayo donde el hoy occiso logró su más alta cima como escritor. En algún momento expresó coincidir con el mexicano José Luis Martínez cuando sostenía “que este género es didáctico y lógico en la exposición de las nociones e ideas; pero además, por su flexibilidad efusiva, por su libertad ideológica y formal, en suma, por su calidad subjetiva, tiene un relieve literario”.

Siendo socio de número de la Academia Hondureña de la Lengua, viajó a la ciudad de Caracas, Venezuela, a una reunión de la Federación Latinoamericana de Sociedades de Escritores (FLASOES), presidida en aquel año por el intelectual Ramón Urdaneta, quien contaba entre sus antepasados con el prócer bolivariano Rafael del mismo apellido. A su regreso motivó a otros distinguidos profesionales y fundaron la Asociación de Escritores de Honduras, que luego se afilió a FLASOES. Entre los intelectuales que lo acompañaron en tan magnífica empresa, podemos citar los nombres de Miguel R. Ortega, Santos Juárez Fiallos, Víctor Cáceres Lara, Manuel Luna Mejía, Héctor Bermúdez Milla y Juan Milla Bermúdez, entre otros.

En una de sus charlas en la Asociación de Escritores de Honduras, hablando del ensayo -género que manejó con maestría-, mientras hojeaba algunos apuntes, se expresó más o menos de esta manera: “Este término viene del latín exagium y su significación alude al peso, más bien al pesaje de la naturaleza mineral. Valga decir, el análisis de los minerales, principalmente del oro y de la plata para determinar su pureza. Por extensión, ensayo es descubrir, analizar, medir, aquilatar. Esa es la tarea del ensayista, esa es la rica veta de donde extrae su obra de arte el escritor que cultiva este género literario”.

Cuando acudimos al velatorio conocimos a Mayela y, mientras observábamos el rostro del difunto en compañía del doliente hermano Óscar, me pareció percibir -una ilusión, desde luego- que el abogado estaba muy contento con su nieta, convertida ahora en una agraciada muchacha. Que descanse en paz el abnegado maestro.

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