Salud mental: Legítima aspiración de los pueblos

Salud mental: Legítima aspiración de los pueblos

Por Dagoberto Espinoza Murra

Un amigo escritor me llamó para conocer mi opinión acerca de la noticia aparecida en un diario sampedrano, relacionada con la salud mental de los hondureños. La entrevista con jóvenes profesionales –le dije– deja entrever una situación muy preocupante en el país: los trastornos de ansiedad, las depresiones y otros cuadros psiquiátricos pareciera han alcanzado niveles nunca vistos.

Desde hace más de medio siglo la Organización Mundial de la Salud (OMS), se pronunció en el sentido de que la salud no es la simple carencia de enfermedad, sino el bienestar físico, mental y social del individuo. En esta definición queda implícita la salud mental, en tanto que para la Organización mencionada, el sujeto es un ente bio-psico-social. Sin embargo, por siglos tanto la sociedad, como los profesionales de la medicina le daban preeminencia al plano biológico de las enfermedades: infecciones, tumores, fracturas, heridas… La fiebre y el dolor son componentes frecuentes de estas dolencias. En tanto las enfermedades mentales fueron relegadas a un segundo plano.

No fue sino hasta el período de la Revolución Francesa cuando Pinel liberó de las cadenas a muchos enfermos mentales, a quienes se les mantenía aherrojados como si fueran criminales. Por mucho tiempo a estos enfermos se les consideró poseídos de espíritus malignos y algunos –en la Edad Media– murieron en la hoguera. Ciertas enfermedades que pueden tener una florida sintomatología psiquiátrica, como la epilepsia, fueron llamadas enfermedades divinas –Morbus sacer de los antiguos–, aunque también en algunos momentos se le denominó “Morbus demoniacus”, por considerarlas poseídas del demonio.

Con el advenimiento de estudios científicos se demostró la íntima relación de mente y cerebro, demostrándose que todo aquello que pueda afectar –por factores genéticos o ambientales– al cerebro, tiene una manifestación mental anómala. Esta relación ya había sido advertida por Hipócrates, siglos antes de Jesucristo, cuando, refiriéndose a la epilepsia, escribió: “En cuanto a la enfermedad que llamamos sagrada, he aquí lo que es: Ella no me parece más sagrada ni más divina que las otras, ella tiene la misma naturaleza que el resto de las otras enfermedes; y por origen las mismas causas que cada una de ellas. Los hombres le han atribuido una causa divina por ignorancia y a causa del asombro que les inspira, pues no se parece en nada a las enfermedades ordinarias”.

Aunque en algunas enfermedades como la esquizofrenia y los trastornos bipolares se considera que el factor genético es muy importante, el entorno familiar, laboral y social contribuye al mejor manejo de estas entidades. En otros trastornos como la ansiedad y algunas formas de depresión, las condiciones ambientales como desempleo, pobreza y violencia son factores determinantes, tanto en su eclosión, como en la persistencia de sus síntomas. En el artículo de la semana pasada nos referíamos a una conferencia del doctor Alduvín, quien sostenía que el hambre es el enemigo número uno de la salud mental de los pueblos.

El tema de la salud mental ha sido objeto de grandes discusiones y controversias. Con algunos colegas hemos coincidido en que la siguiente definición se ajusta a lo que hemos aprendido y enseñado por décadas: “Salud mental es la posibilidad de lograr un estado de relativo bienestar en el que el sujeto pueda funcionar en el mejor nivel posible de su capacidad mental, emocional y corporal ante las situaciones favorables o desfavorables que le toque vivir”. El mismo autor (Héctor Ferrari) dice que “es considerada –la salud mental– una condición del individuo, pero también un derecho a esa condición, relativa a sus recursos personales y al contexto familiar y socio ambiental que le rodea”.

En Honduras, la primera sala para la atención de “enfermos mentales” comenzó a funcionar en 1928, bajo la conducción del doctor Ricardo Diego Alduvín, médico humanista que, sin ser psiquiatra, prodigó ayuda y comprensión a quienes requerían de atención por sus trastornos mentales. El primer hondureño que hizo la especialidad de Psiquiatría fue el doctor Ramón Alcerro Castro, quien comenzó la enseñanza de esta disciplina en la Escuela de Medina en 1948. Su discípulo, doctor Asdrúbal Raudales, continuó con sus enseñanzas y se considera como el gran maestro de numerosas generaciones de médicos. Ambos están vivos y gozan del respeto y estima de quienes nos dedicamos a la tarea de comprender las diferentes facetas de la conducta humana.

Con la creación y funcionamiento del postgrado de Psiquiatría en nuestro país, en pocas décadas se han formado más de cuarenta nuevos especialistas que, con entusiasta dedicación, atienden a la población hondureña en los cuatro rumbos del territorio nacional.

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