“MOCTEZUMA”



“MOCTEZUMA”

POCAS cosas han irritado tanto a los mexicanos como la ocurrencia del inquilino de Los Pinos de invitar al candidato republicano a visitar su país. No acaban de descifrar lo que pudo haber pasado por la mente del anfitrión cuando se le ocurrió la brillante idea. El comentario que citamos a continuación, divulgado por las redes sociales –entre cientos de burlas y sarcasmos– sintetiza el humor de sus dolidos compatriotas ironizando lo que aconteció con la sorpresiva visita: “Moctezuma invitó a almorzar a Hernán Cortés y le fue súper bien. Eso le dijeron sus asesores a Peña Nieto. Y allá vamos”. Trascendió después que la invitación fue cursada tanto a la candidata demócrata como al republicano. Sin embargo, el equipo de campaña de este último presionó y obtuvo el beneplácito para ser recibido de primero.

Precisamente, el día en que el mexicano daría su informe a la nación y como antesala a la presentación del norteamericano de su política de inmigración. Sin duda que a este le cayó de perlas la forma cómo manejó el encuentro, haciendo que su contraparte luciera débil, mientras le repetía –en su cara y en su propio patio– la invariable decisión de construir el infame muro a lo largo de la frontera de ambos países. El propio presidente condescendió que era una “decisión soberana de cada país levantar barreras para evitar el flujo de drogas e inmigrantes”. Aunque después del trueno “Jesús María”, tuvo que aclarar que México no pagaría por la construcción de semejante estructura, contradiciendo al visitante, quien durante la conferencia de prensa dijo que “no habían platicado sobre el pago ya que eso era tema para más adelante”. Las aclaraciones, ni por cerca, tienen el impacto del momento en que ocurre el estallido que las origina. La ocasión de clarificar ese sensitivo extremo hubiese sido en ese instante, cuando estaban frente a frente, encarando al auditorio y a los periodistas. El anfitrión, empero –tal vez pensando que ayudaría a mejorar sus bajos niveles de aceptación en la opinión pública aparentar buenas relaciones con el vecino– prefirió transmitir la percepción que la conversación había sido “provechosa y constructiva”. O tal vez pensaron que el encuentro serviría como “cajita china” para divagar a un público asediado por tantas otras contrariedades.

Las reacciones no se hicieron esperar. En los Estados Unidos, la campaña republicana proyecta la visita relámpago como un rotundo éxito que demostró el dominio de su candidato sobre el jefe de gobierno, sin retroceder un ápice en su postura de proteger la frontera. Un albur del candidato norteamericano, arriesgarse a que los mexicanos, en su cara, le sacaran su resentimiento por todas las ofensas. Como ello no sucedió sacó ganancia. Del otro lado –importunando la atención de las multitudes atentas hasta de los más minúsculos detalles de la partida sin retorno de “amor eterno”–el plagio de la tesis que durante varios días acaparó la ansiedad de los socarrones fue relegado a segundo plano. Dejó de ser desayuno, almuerzo y cena de caricaturistas, periodistas, comentaristas de la prensa y de las redes sociales, desplazado por el revuelo de la visita siniestra.

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