La ley y los caprichosos



La ley y los caprichosos

Por: Juan Ramón Martínez
Los tribunales –reales o solo de nombre– no dan opiniones. La Constitución se las tiene expresamente prohibido. Hablan por medio de sus resoluciones, al extremo que tres asuntos similares calificados o resueltos de la misma forma se hacen ley. Crean jurisprudencia, dicen los doctores y sus alumnos, de allí que, quien presente con un caso igual, con una pretensión distinta, será declarado sin lugar. Pero claro, esto se practica y se acepta sin discusión en las sociedades en donde se ha impuesto la cultura del derecho. Y donde las instituciones están por encima de las personalidades y los caudillos. En las nuestras se imponen más bien los caprichos. Y la frase que no es jurídica ni mucho menos es aquella en la que cada quien por la fuerza impone sus criterios, teniendo o careciendo de la razón. Simplemente contando con la fuerza del poder. En el caso que nos ocupa, los ciudadanos de a pie, podemos –siempre ha sido así– opinar sobre el asunto de la reelección como nos ha parecido sin ninguna limitación. La prohibición no era contra Callejas y sus abogados, sino que dirigida a impedir que los funcionarios públicos hicieran uso de sus cargos y de los recursos confiados a su custodia para promoverla o imponerla como parece ser la tentación, en esta última oportunidad.

La primera vez que en privado me preguntaron sobre el tema, dije que sí era legal la reelección, estaba de acuerdo con ella, pero que no participaría en algo que fuera en contra de lo que me habían enseñado en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UNAH. Aún cuando los profesores que lo hicieron por comodidad o docilidad, ahora piensan de manera diferente a los momentos en donde lejanos del poder hablaban como académicos. Las sociedades que han tenido éxito son aquellas que se someten al imperio de la ley y hacen del estado de derecho un clima en el que se impone la seguridad jurídica por encima de cualquiera otra consideración. Pero sociedades como la hondureña que en un período el Poder Ejecutivo pacta una cosa y el Congreso dicta igualmente una ley; pero en el siguiente hacen lo contrario, declarando ilegal lo anterior, no se puede hablar de seguridad jurídica. Ni tampoco que seamos un país seguro para atraer la inversión porque los empresarios si tienen una cosa clara, es que, no lo hacen en donde no se cumple la ley. Y cuando se arriesgan exigen condiciones tan costosas que en vez de ganar porque vengan, más bien perdemos cuando se establecen entre nosotros. Los capitales golondrinas, levantan vuelo y se van, por ejemplo los esfuerzos que hace JOH en el exterior para promover la maquila, repitiendo un modelo que solo ha dado resultados parciales, –por razones que no vienen al caso ahora–, puede tener de éxito si aquí, en vez de los caprichos de los gobernantes se impone la ley respaldada por el liderazgo que cree en la maquila, bien como única salida para el país o como un medio para garantizar sus inversiones. Pero en otros campos de la inversión los empresarios temen porque en un día el gobierno dice una cosa y en el siguiente lo contrario.

Vean lo del peaje -que tiene sus “pro” y sus contras- pero que opera en forma eficiente con oposición de los que creen que por ese medio encarecen los costos del transporte por tierra en un país de tránsito como Honduras. Ahora será tema de campaña y si gana la oposición lo suprimirá. Con lo que se repetirá lo que es una maldición: que lo que se pacta y se conviene en un período es negado, modificado o desconocido en los subsiguientes.

Un país jurídicamente inseguro no va para ningún lugar, gira sobre sí mismo, como lo hemos venido haciendo apenas inercialmente, desplazándonos en unidades mínimas, más por el peso de las leyes de la física que por la voluntad de los dirigentes que no creen que debe continuar la obra de sus antecesores. Respetando la ley. Por ello, es natural el desaliento. Se impone la duda y la inseguridad jurídica. Desconociendo los pactos establecidos e imponiéndose el capricho de los que mandan. Y así, en tal ilegalidad caprichosa no iremos a ninguna parte. Como no lo hemos podido hacer en estos últimos cien años.

Comentarios

Entradas populares