Triple discurso



Triple discurso

Por Segisfredo Infante

En varias oportunidades he expresado que trato de distanciarme de los simples coyunturalismos, en los que por regla general los analistas de opinión caemos atrapados como si se tratara de una gigantesca telaraña melosa. Hace varios años el venerable profesor universitario don Fredy Cuevas Bustillo, me invitaba a sus clases de “periodismo de opinión” (tanto en las aulas públicas como en las privadas), para conversar con sus alumnos, a punto de graduarse, acerca de las maneras de aprender a escribir con reciedumbre. En aquellos momentos sugerí a los muchachos cuando menos tres caminos: El primero: Leer y nunca dejar de leer libros verdaderamente serios. Incluso libros sobre periodismo. Segundo: Ser autocríticos con los textos que uno mismo escribe y publica. Y tercero: Evitar los lugares comunes de los demás; entre otros, evitar aquellos coyunturalismos excesivos que casi todo mundo está abordando dentro de un par de semanas en curso. Tal ha sido más o menos mi línea desde que comencé a publicar en el diario “El Cronista” (ya desaparecido) en que todavía algunos de los artículos míos eran inconsistentes, tal como lo confesé a los alumnos del profesor Cuevas Bustillo. Sobre todo uno que redacté sobre José del Valle. El segundo artículo vallista fue bueno.

Dentro de los contextos coyunturalistas uno aborda temas que en el plano personal podrían resultar incómodos y hasta odiosos, en tanto que inducen a la personalización de los problemas e incluso a las confrontaciones áridas; históricamente intrascendentes. Pero a veces no queda ninguna otra salida que exponerse ante la opinión pública, ya sea escrita, radial o televisada. Tal cosa reiterativa me ha ocurrido por lo menos con dos o tres personajes centrales de la vida política vernácula de nuestro país, por aquello de sus obsesiones o fijaciones mentales encaminadas hacia una mala administración de la “res pública”; o por sus chabacanadas y lenguajes chocarreros de costumbre, que contradicen “la sindéresis presidencial”.

Este enfoque, más bien esporádico, me ha ocurrido sobre todo con el señor Manuel Zelaya Rosales, desde la primera vez que anunció su precandidatura presidencial “rodista”, dentro de las filas del Partido Liberal de Honduras. (Hay constancia escrita de ello, en las viejas páginas de LA TRIBUNA, creo que a finales de los años noventas). Años más tarde traté de ofrecerle algunas sugerencias para que morigerara el lenguaje agresivo de él y de algunos “cuadros” inmediatos suyos. Sobre todo a partir del momento crucial que invitó a Hugo Chávez Frías, para que viniera a ofender a todos los hondureños dentro de nuestro propio territorio. (Algunos “demócratas” de hoy ni siquiera musitaron una palabra de dignidad ante la sarta de ofensas chocarreras del señor Chávez Frías).

A finales del año 2008 y comienzos del 2009, escribí una serie de artículos haciendo un llamado para evitar la confrontación estéril y un posible derramamiento de sangre entre hermanos hondureños. Incluso intenté llamar al celular de Manuel Zelaya (por medio del amigo Daniel Flores) para que corrigiera un poco el rumbo que había adoptado. Es pertinente aclarar que el “Hombre Fuerte de Lepaguare”, como lo bauticé en aquellos años, no me era antipático. Al contrario, Manuel Zelaya me resultaba simpático, aun cuando me fuera imposible compartir su lenguaje chocarrero pro-chavista y su proyecto escorado de asaltar definitivamente el poder. Nunca observé el problema como de “continuismo” o de “reelección presidencial”, que es típico de las democracias occidentales. Nunca me sumergí en las telarañas enredadas de la discusión jurídica. No es mi campo ni es lo mío (tal como lo he dicho cien veces). Detecté, por el contrario, el nuevo fenómeno “mel-zelayista” como de una toma absoluta del poder, para destruir el precario submodelo económico hondureño y suplantarlo por un submodelo de mascarada supuestamente “socialista”, para generar nueva miseria, represión y persecución a los posibles disidentes, en donde sólo iban a tener derecho de opinar los seguidores ensoberbecidos más cercanos de Zelaya Rosales.

El jueves 14 de julio del año en curso, publiqué aquí en LA TRIBUNA un artículo titulado “Dos amenazas latentes”, donde esbocé nuevamente que Manuel Zelaya Rosales exhibe en forma reiterada un triple discurso. Es decir, desde el año 2008 detecté que el señor Zelaya hacía gala de por lo menos tres discursos contradictorios simultáneos. Uno para endulzarles el oído a los venezolanos. El segundo para “informarles” a los cubanos. Y el tercero para “engañar” a los estadounidenses y hondureños. Lo más grave es que estos últimos han caído en sus trampas. En el plano personal (como pie de página), el señor Zelaya Rosales trató de distorsionar mi nombre en la conmemoración del primer centenario del nacimiento de Medardo Mejía (año 2008) en el “Salón Morazánico” del palacio presidencial. Pero lo único que consiguió en es que el embajador de México, don Tarcisio Navarrete, se convirtiera en amigo personal mío. Hay que subrayar que Zelaya Rosales no respeta ningún pacto que vaya más allá de un mes. Por eso hay que tener mucho cuidado en las negociaciones políticas con él. ¡Me encantaría no volver a tocar este asunto!

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