MECHA CORTA Y TOXICIDAD

MECHA CORTA Y TOXICIDAD

CONSULTAMOS expertos sobre ese humor pesado que gravita en el ambiente, objeto de comentario en otras ocasiones. Estas son algunas de las inquietudes planteadas en el reportaje publicado en la edición de inicio de semana: “¿Qué está pasando con los hondureños que por cualquier disgusto reaccionan de forma violenta? ¿Por qué muchos, lejos de dialogar, solo conocen el “lenguaje” de los puñetazos y las balas?”. Las indagaciones del Observatorio de la Violencia de la UNAH certifican que de los 8,034 homicidios registrados en un año, 1,068 se desencadenaron por riñas interpersonales”. ¿A qué obedece ese comportamiento colérico? El reportaje ofrece algunos ejemplos: “En los semáforos de la capital, si alguien se adelanta con su vehículo cuando no le corresponde, es común que le griten: “¡Hijo de once mil… cerdo!”, y hasta le ofrecen balazos”. (En lugares menos iracundos es usual que un conductor ceda a otro la pasada; la gentileza de permitir al que va en el carril contiguo que pueda atravesarse con el solo aviso de sus luces intermitentes. Aquí, no existe esta cortesía, antes bien hay que hacer maniobras para no ser embestido por motoristas endemoniados).

Una similar situación se vive en los vecindarios por cosas triviales. Si alguien tiene un perro y el animal se asoma a la casa de al lado, los vecinos lo agarran a puntapiés y escobazos, y si el dueño reclama, le responden: “Si venís vos, también te agarro a patadas”. “Esa conducta belicosa se observa también en algunos hogares, en las calles y lugares públicos, donde incontrolables explotan de ira y buscan golpear a otro solo por estar en desacuerdo con su forma de actuar”. Las redes sociales –un ingenio de la comunicación que debiese servir para distraer e informar al auditorio– son el tubo de escape de fanáticos ociosos para vaciar la toxicidad que tienen atorada. Sirve para agredir, inventar, descalificar y desatar su inquina hacia otros. Esa intolerancia, a veces enfermiza, desgraciadamente es propiciada por figuras conocidas y hasta por comunicadores sociales que, por su papel prominente en la sociedad, debiesen dar ejemplos de civilidad. Orientar a la colectividad por senderos de moderación no de exabruptos. Sin embargo, lejos de mostrar mesura, transpiran hostilidad. Alientan el alma envenenada de sus más emponzoñados acólitos a descuartizar contrincantes. (El servicio lo prestan haciendo gala de un lenguaje hiriente y hasta vulgar, con el mayor desenfreno. Pencos y pencas, remedo de intelectuales, expulsan la bilis). En el campo de la orientación colectiva basta con observar los ademanes arrebatados y escuchar la erupción de algunos conductores de espacios de opinión pública, como si estuviesen enfadados con el mundo o decepcionados de la vida. En vez de motivar el debate constructivo de los problemas nacionales, parecen más interesados en ventilar la confrontación circense como eje central del espectáculo.

Psiquiatras y otros profesionales del comportamiento humano, destacan que esa práctica irascible “se está viendo en todos los niveles, en la clase alta y baja, en el campo y la ciudad”. Deducen que esa actitud de “mecha corta” en mucho es influenciada por el resentimiento de la clase política, que lo refleja en sus desviadas y reprochables manifestaciones de agresividad y de provocación. “Los políticos son reflejo de los problemas que vive el país, con incapacidad de resolver las cosas de manera cívica mientras se descalifican unos a otros; y ese mensaje para la sociedad es brutalmente negativo”. Guías espirituales ven los síntomas como un alejamiento de Dios y de las enseñanzas divinas. Reflexiona un religioso: “Dios es amor y el amor no se irrita, no es mal educado, sabe perdonar; es paciente y la gente en Honduras no está practicando esa sagrada lección”. ¿No cree el amable lector que esta es la mentalidad que deba cambiarse para que el país pueda remontar vuelo y elevarse?

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