A César lo que es del César

A César lo que es del César

Por Julio Raudales

Quise titular esta reflexión recordando la famosa frase con la cual Jesucristo interceptó de manera aguda, las aviesas intenciones de quienes de forma capciosa, querían que el Rabino se opusiera a tributar a Roma o de una vez expresara su aversión a los nacionalistas judíos que clamaban por deshacerse del yugo imperial.

Algo muy similar sigue ocurriendo aún en nuestros días. La cuestión tributaria sigue siendo objeto de repudio, sobre todo si en la sociedad se percibe a los impuestos, más como un instrumento de dominación y oprobio, que como una forma de combatir la pobreza y redistribuir ingresos. Ese es lastimosamente el caso de Honduras.

Escribo lo anterior, a propósito de la próxima aprobación del nuevo Código Tributario, el cual según sus promotores, constituye un parte aguas en la forma de hacer política fiscal en nuestro país.

En principio la idea es estupenda. Está muy claro que en buena medida los problemas económicos del país se explican por la falta de una buena política de recaudación de impuestos, así como por la opacidad y poco profesionalismo con que históricamente han actuado los distintos entes recaudadores. Esto me recuerda al odio con que los “publicanos” eran vistos en los tiempos neotestamentarios.

Y es que a nadie le gusta eso de pagar impuestos. Sin embargo, creo que todos tenemos clara su utilidad social e incluso lo importante que resulta la tributación en términos del incremento de la cultura de solidaridad entre los ciudadanos, el punto es: quienes pagan, cual es el monto justo y cómo debe ser el accionar de quien cobra impuestos.

Al respecto debo decir que nadie recordará positivamente a un gobernante que incrementó los haberes del fisco mediante la implantación de más tributos, mucho menos si la recaudación de los mismos es percibida como una prerrogativa de los más pobres. Lamentablemente es eso lo que de forma intuitiva, pero también formal, se visualiza que sucederá al entrar en vigencia el nuevo Código. No hace falta ser un experto para comprenderlo.

Iniciemos por el asunto que constituye la gran novedad de la norma a aprobar: El Monotributo.

Pareciera muy inteligente intentar ampliar la base tributaria del país, introduciendo en ella a quienes por su condición de informalidad, eluden el pago de impuestos a la producción, ventas y renta. Evidentemente, las previsiones del gobierno son correctas.

La señora Guzmán, directora de la casi fenecida DEI, anunció que se recaudarán por esta vía, unos L. 1,500 millones adicionales, una cifra bastante halagadora.

La pregunta obligada es: ¿Se habría evaluado el beneficio social de imponer una medida de este tipo? ¿Qué hay de las otras metas económicas relevantes para el país? La reducción de la pobreza, el fomento a la pequeña empresa, la estructuración de instituciones inclusivas, etc. ¿Se han evaluado los resultados de la medida? ¡Ah claro lo olvidé! En Honduras no tenemos una cultura de la evaluación.

El otro elemento ampliamente discutido en los últimos días es la aparición de un nuevo recaudador: el Servicio de Administración de Rentas (SAR), quien será el ente responsable de llevar a cabo los designios de la nueva ley. Me parece que su nacimiento es sumamente atinado, si consideramos la obsolescencia en que cayó casi desde su nacimiento la DEI.

Pero vale la pena reflexionar sobre el papel que deberá jugar la nueva entidad pública: Por supuesto que es bueno que sea muy profesional, tal y como lo define el nuevo Código, también debe ser lo más inmune posible a los desafueros de la corrupción y por supuesto, llevar a cabo su labor con independencia.

Si esto es así, debemos congratularnos. Pero no vayamos tan rápido: eso es como estar alegres porque tenemos en casa el rifle más moderno y eficaz que pudo conseguirse. Si no existe una definición clara sobre lo que queremos hacer con el arma, es muy probable que se termine matando a alguien y nuestro hogar se convierta en un infierno.

Creo que lo que nos hace falta, más allá del mono tributo y un SAR profesional y honesto, es la definición de un sistema tributario equitativo: esto es, que fomente la producción y que no castigue a los más pobres. Si hiciéramos esto, estaríamos más cerca de mantener contentos tanto a César como a Dios.

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