Libertad y duplicidad moral

Libertad y duplicidad moral

Por: Julio Raudales
Xavier Sala i Martín, uno de los economistas contemporáneos más importantes y el único español que hasta ahora ha sido considerado para el Premio Nobel de Economía, por sus trabajos sobre el impacto de la gestión del conocimiento en el crecimiento económico, tiene una frase que a mí me gusta mucho citar, a pesar de que más de alguien la ha tomado en otro sentido. Cuando se refiere a la duplicidad moral de los “liberales a la norteamericana” y los “liberales a la europea” (como si el diccionario de ciencia política cambiase destrezas al cruzar el charco), dice que defender la libertad implica hacerlo en todas las formas y fondos posibles, por eso es que un autentico liberal debe serlo “de cartera y de bragueta”.

A ese respecto, me parece curiosa la defensa que muchas personas hacen de los “valores éticos” que el estado y su gobierno deben asumir, dependiendo de la temática que se esté tratando, separando la visión estrictamente económica de los otros temas sociales. Y cito textualmente a Sala i Martín: “…las derechas no quieren que el gobierno se nos meta en la cartera pero sí en la bragueta, mientras que las izquierdas quieren exactamente lo contrario…”.

En todo caso sí que hay parecido en las posturas ideológicas de los partidos de “derecha” y de “izquierda” en ambos lados del Atlántico: Los demócratas norteamericanos y sus hermanos socialistas y laboristas de Reino Unido, Francia, España, etc., abogan por limitar la función del estado cuando se trata de temas como igualdad de género, matrimonio igualitario, anticoncepción, aborto y otros temas, mientras que piensan que el gobierno sí debe tener una presencia fuerte en lo que respecta a asuntos igualmente sociales, como: fijación de salarios, protección de los consumidores, educación, salud, servicios de electricidad, agua potable, etc. Por su parte los del Partido Popular, los Social Cristianos, Republicanos y otros partidos de derecha, creen exactamente lo contrario: el estado no debe intervenir en la economía y debe dejar actuar libremente a las fuerzas de mercado, pero sí que debe tener una presencia fuerte para limitar las libertades de índole más “genital”, en nombre de la familia, la moral y las buenas costumbres.

En Honduras seguimos esta misma línea, con el agravante (o quizás ventaja), de la ausencia de un pensamiento crítico y una academia robusta que sustente las posturas ideológicas de los diferentes grupos que discuten estos temas. Dicho vacío es generalmente llenado por argumentos religiosos y moralizantes o por discursos panfletarios que pretenden abrazar la conciencia popular con frases reivindicativas.

Escribo esto a propósito del embrollo mediático generado por la publicación de una iniciativa que los grupos lésbico-gay hondureños han anunciado que enviarán al Congreso Nacional, en la que solicitarán la reforma constitucional para que en nuestro país se permita el matrimonio entre parejas del mismo sexo.

La reacción virulenta por parte de las iglesias y grupos religiosos no se hizo esperar. Hubo pronunciamientos de todo tipo, desde aquellos que se oponen a esa pretensión arguyendo su defensa de la familia tradicional, hasta quienes profesan con vehemencia su intolerancia manifiesta hacia todo lo que consideran atentatorio a la caridad cristiana.

No voy a debatir en este espacio la validez o no de las explicaciones esgrimidas por los pastores, sacerdotes y quienes se oponen a esta reforma. Respetuoso como soy de la libertad de credo y convencido de la unilateralidad de la moral, creo que lo mínimo que se debe hacer es escuchar sin descalificar todas las posturas, pese a que los defensores de las mismas en general, mostraron muy poca tolerancia con los portadores de la iniciativa de matrimonio igualitario. Lo que sí merece a mi juicio un pronunciamiento categórico, es el doble rasero exhibido por muchas personas al tratar este y otros temas.

¿Cómo es que hay muchos que abogan por un gobierno que se limite a garantizar la libertad de mercado, la defensa de la propiedad privada y la promoción de una economía sin el yugo socialista de la intervención? Sin embargo también quieren, aunque a veces no lo confiesen abiertamente, que ese mismo gobierno les ayude a imponer sus creencias religiosas o políticas a través de decretos, quieren impedir la legalidad de determinadas conductas o quieren restringir los derechos de los individuos -especialmente de las mujeres- a decidir sobre sus propios cuerpos. ¿Quiénes somos usted o yo para decidir por otros lo que debe ser una familia? Y sobre todo, en una sociedad moderna y libre, ¿Quién tiene autoridad para decidir sobre el compromiso que cualquier persona adulta y en el uso de sus facultades quiera hacer con sus semejantes, sean del sexo que sean?

Los diputados y otros políticos buscaron salidas cómodas y sin compromisos claros. Todos, o casi todos, dijeron que respetan las preferencias sexuales del resto, pero arguyen que su “fe cristiana” les impide votar una reforma de este tipo. ¡Señoras y señores, el debate no trata de la fe y el respeto que debe tenerse por las creencias del prójimo! la discusión es la garantía que un estado moderno debe dar a toda la sociedad de que no habrá imposición de ningún tipo, siempre y cuando no se violente la libertad y el bienestar de los demás.

¡El estado de bienestar y la democracia consisten justamente en el respeto sin reserva de las minorías!

Ahora, los amigos que se confiesan de izquierda o progresistas y por ello defienden la libertad individual y exigen al estado no decidir por ellos en estos temas, deben también ser consecuentes también en lo otro: si el gobierno debe garantizar la libertad individual para decidir sobre mi cuerpo y con quién me caso, también debe hacerlo en el ámbito económico. Bastante claro les ha quedado a sociedades cercanas, el daño que el intervencionismo estatal hace a la producción, redistribución y bienestar social. El gobierno tiene obligaciones sí, pero su ámbito de acción debe limitarse para garantizar la libertad que es el mayor de los derechos de la humanidad.

Creo que al respecto, es necesario que más allá de sus obligaciones, el gobierno limite su acción y dejar que la gente actúe con libertad tanto en el ámbito económico como en los distintos ámbitos sociales. En otras palabras, gobierno no te metas ¡ni con la cartera, ni con la bragueta! de la gente.

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