El Sable del Caudillo ½
El Sable del Caudillo ½
Por Roberto C. Ordóñez
En varios editoriales de “La Tribuna” se insiste en la poca afición por la lectura de los hondureños, que prefieren informarse mediante televisión, redes sociales y radioemisoras. El editorialista dice que los funcionarios públicos no leen ni los periódicos y menos un libro. Hojean las páginas sociales y deportivas. Nada de leer editoriales ni artículos de opinión.
Allá ellos que no saben lo que se pierden. Gracias a Dios leer es y ha sido mi principal entretenimiento, y es posible que reseñando libros se pueda inducir este buen hábito, por lo cual voy a resumir el contenido de un buen libro que leí en 1999.
Se trata de “El Sable del Caudillo”, escrito magistralmente por el español José Luis de Vilallonga (1920-2007) prolífico y ameno escritor autor de otros 22 libros, de los cuales poseo algunos. Escribía en español, francés y catalán.
Era de los grandes de España y amigo de la monarquía, pues era descendiente directo del noble Fernando I de León y Castilla, no obstante lo cual fue admirador de la Segunda República Española. Además de escritor fue actor de cine y como dirían los anglófilos un “play boy” o casanova como decimos nosotros, a quien le gustaban las mujeres, el vino y el jolgorio. Fue casado tres veces y tuvo innumerables aventuras con mujeres bellas y famosas.
Su libro “Las Ramblas Terminan en el Mar” le valió que el Caudillo Francisco Franco Bahamonde lo expatriara a Francia, donde vivió escribiendo y dándose la gran vida en París por muchísimos años.
En el libro “El Sable del Caudillo” pone en boca de un sable la vida del gallego (lo de que los gallegos son tontos es puro cuento) desde que a los 17 años, siendo alférez de infantería de la Academia Militar compró por 35 pesetas un sable de acero toledano que solo se quitaba del cinturón para dormir, por lo cual el arma, en sentido figurado, fue testigo hasta de sus intimidades. No quiso aceptar la rebaja de 5 pesetas en el precio del sable que le ofreció el vendedor porque le dijo que se los rebajaba porque el sable era más pequeño que los otros, dado la pequeña estatura del comprador (1.65 metros), a quienes sus compañeros le decían Franquito, cuyo nombre fue evolucionando porque sus alabanceros y hagiógrafos se lo cambiaban a medida que ascendía en su carrera militar: Comandantín, homólogo del Cid Campeador y del emperador Carlos V., Alejandro el Grande, incluso César. Un periodista servil le llamo el Centinela de Occidente, hasta llegar al insólito grado de Generalísimo con que murió.
Franco fue un excelente soldado que peleó en la guerra de Marruecos donde se destacó como buen estratega, buen jinete, valiente y cruel en la guerra con el fin de producir pavor entre sus enemigos. No se opuso a que sus hombres cortaran en vivo las orejas a enemigos rifeños. Le pareció gracioso obsequiar a la duquesa Victoria un cesto repleto de esos despojos humanos.
En 1914 fue ascendido a capitán y condecorado con la Cruz del Mérito Militar. Era puritano y no participaba en ninguna francachela con sus compañeros. Franco no le caía bien a nadie, ni al propio sable. Nunca congenió con su padre por mujeriego y enófilo.
A los 34 años fue el general más joven de Europa. Se casó en Oviedo, contra la voluntad de la familia de la dama Carmen Polo, una asturiana de medio pelo pero a la que las alturas marearon mucho más que al Generalísimo.
Cuenta el sable que durante la noche de bodas, antes de compartir el lecho nupcial, ambos contrayentes rezaron tres rosarios al hilo, se pusieron el camisón y apagaron la luz. Madrugaron a confesarse y fue la única vez que el sable los vio dormir juntos.
Luego vino la Guerra Civil Española que causó más de un millón de muertos. Como triunfador Franco fue nombrado Jefe de Estado y trató de restablecer la monarquía, venciendo a comunistas, republicanos y huelguistas. Decía Dios, patria y rey.
Franco preparó al exrey Juan Carlos para alcanzar el trono español.
Toda esta historia es contada por el sable.
El próximo lunes sigo con el sable desenvainado…
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