EL CHOMPIPE, LO AJENO Y LA AUTOESTIMA

EL CHOMPIPE, LO AJENO Y LA AUTOESTIMA
DIFÍCIL que haya sentido de identidad propia con tanta propensión a copiar y asimilar lo ajeno. Muchas iniciativas encaminadas a valorar lo nuestro han fracasado, cuando se prefiere pedir prestadas costumbres de afuera que no guardan relación alguna con nuestra idiosincrasia. Por ejemplo, esa cena de acción de gracias. Aparte del acto noble de dar las gracias y celebrar en familia una buena cena –los que pueden costearla– nada tiene que ver el festejo con algo nacional. En Europa las festividades se realizaban para celebrar el duro trabajo después de la cosecha. ¿Cuál duro trabajo es lo que aquí celebramos si lo que motiva al auditorio son los prolongados puentes de ocio y los feriados? Esta tradición europea fue llevada por los que llegaron a Canadá y a los Estados Unidos. El “Thanksgiving” norteamericano tiene su origen en la celebración de Plymouth en el año 1621. Los peregrinos agradecían la bondad de su buena cosecha.

Figúrense, una suculenta cena de pavo en Honduras. Si el “chompipe” ni siquiera es alimento típico. La tortilla con frijoles, los tamales navideños, las torrejas, las montucas, la sopa de caracol, los coyoles en miel, las pupusas, las baleadas, el arroz con leche y hasta el chanchito o el pollo horneado, tal vez puedan incluirse en la gastronomía local. Con el ánimo de asimilar la buena práctica de mostrar agradecimiento, después del devastador huracán bíblico aquel que partió la geografía nacional en cientos de pedazos, el gobierno instituyó un día de acción de gracias. Para agradecer que si se perdieron cosas materiales tantos quedamos con vida; dar gracias por la generosidad de la solidaridad internacional; dar gracias por todo el heroico esfuerzo interno destacado para salir airosos del hoyo en que caímos; dar gracias por los cientos de gestos ejemplares que hubo –muchos anónimos– de tantos hondureños hacia sus hermanos en desgracia o damnificados; dar gracias por la unidad nacional que fue evidente, cuya fuerza fue imprescindible para salir adelante. Dar gracias por el perdón de la deuda, el financiamiento al Plan de Reconstrucción, la moratoria a las deportaciones, la ampliación de los beneficios de la Cuenca del Caribe; porque de la tragedia nacieron oportunidades. En fin, tanto que agradecer. Sin embargo, ¿quién, después de esa pesadilla sufrida, tiene conocimiento siquiera del decreto presidencial, declarando, junto a los líderes espirituales de la nación, ese día como nuestro día de acción de gracias? Una vez las cosas regresaron a la normalidad la memoria cayó en un olvido colectivo sobre la ocasión y las muchas razones que teníamos de dar las gracias.

Como es usual no ver nada en contexto de nación sino del interés pequeño, vinieron otros gobiernos y, por supuesto, ninguno quiso dar mérito alguno a los esfuerzos o los gestos encomiables de una pasada administración. Así que teniendo algo propio que agradecer y rememorar seguimos festejando lo ajeno. Igual el tal Halloween (la noche de las brujas) –pese a que somos un país rico en tradiciones y que la religión nos ofrece tantas fechas especiales de conmemoración más afines a lo doméstico– ha contagiado a jóvenes y viejos. Todo lo que sea jolgorio, francachela, diversión, hay que copiarlo. En la política hay grupos que, para zaherir al adversario han asimilado el glosario completo de insultos, de patanerías que aprenden de sus maestros mecapaleros de la izquierda cavernaria. O bien esa pleitesía que hay por lo extranjero despreciando el valor nacional. Sin intención de malograr ninguna cena u ocasión elegida para compartir, pero hace falta mayor sentido de Patria. Qué mejor estaríamos con una buena dosis de autoestima, sentir orgullo de lo nuestro, estimar lo propio y apreciar, en todo lo que vale, lo elaborado en casa por manos hondureñas.

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