Crisis de representatividad
Crisis de representatividad
Por Juan Ramón Martínez
La sola pregunta, ¿de quién son los diputados?, es ofensiva. Para las personas que tienen el alto honor de representar a importantes segmentos de la colectividad, de los diferentes partidos y posiciones políticas; para los votantes que les escogieron,con el fin que velaran y defendieran sus intereses en el Congreso Nacional; y para el sistema democrático, que basa su existencia, en el vínculo entre la voluntad del elector y su relación con el elegido que, por este medio, se convierte en un servidor de un conjunto de personas que, valoran sus méritos y confían en su capacidad para honrar su función. De allí que, plantearse tal pregunta, coloca a quien lo hace, en una posición fuera de la democracia, en la medida en que pone en duda, la teoría de la representación popular, y convierte al diputado en un objeto, despersonalizándolo, comparándolo y revendiéndolo al mejor postor, como una simple cosa. La pregunta es, necia y ofensiva para la inteligencia del pueblo que, debe condenar a quien la hace. Y una expresión del peor gamberrismo que se puede aceptar, en el lenguaje arrabalero de los políticos locales que, muchas veces –con las excepciones del caso– pasan por alto que, cuando hablan, deben comportarse más que en ofensores de la inteligencia mínima de todos, en verdaderos representantes de los mejores ideales, sueños y objetivos del pueblo hondureño.
Sin embargo, no responder a la pregunta es, incurrir en complicidad con quienes la hacen. Al fin y al cabo, quien calla otorga. Los diputados son representantes del pueblo y no de los partidos. El partido es un instrumento del sistema; un simple mecanismo de servicio, por el cual, no puede pedir derecho de peaje; ni de pernada. Porque los partidos, no son propiedad de minorías; ni los elegidos bajo sus banderas, son becerros suyos. El “transfuguismo”, cuyo primer ejemplo lo diera el nacionalista por Islas de la Bahía, MacNab, no fue sino el descubrimiento que el partido que le sirvió de medio, ya no era útil para representar a sus electores, a los cuales estaba subordinado. De forma que, hizo lo correcto.
La peregrina afirmación que los diputados, son propiedad de los partidos políticos que los incluyeron en sus listas para ser validados por los electores, es falsa y contradictoria con la teoría democrática. En los tiempos que corren, si hay un avance mínimo que celebrar, es que algunos diputados ya han dejado de verse como sirvientes de las dirigencias poco democráticas de sus partidos, asumiendo más bien, la representación de sus electores. Por supuesto, este sentimiento de propiedad, visible en los dirigentes de la Democracia Cristiana que, caso único, se ha quedado sin el diputado al Congreso que lograron elegir, al expulsarlo y maltratarlo públicamente, es un fruto tardío, descompuesto y mal oliente de su desorientación. Pero implica alguna esperanza, de la reversión antidemocrática de los procesos de la delegación del pueblo y de la crisis que experimentamos alrededor de la consideración de la superioridad de la ciudadanía.
En la teoría de la representación popular, propia y específica de la democracia liberal, los electores ciudadanos, eligen sus representantes con el mandato claro de cumplir sus mandatos. Usando como medio, a los partidos que han venido sufriendo un deterioro progresivo, por medio de la creación en su interior, con la complicidad de la burocracia pública electoral, de una serie de obstáculos para la participación real de los electores, impidiendo que estos elijan a quienes desean sean sus representantes. Estos, se llaman mandatarios –no porque mandan, sino porque en realidad práctica, son mandaderos de la voluntad popular– los que por la naturaleza de la democracia, tienen que rendirle cuentas a quienes como mandantes, les han confiado tareas y objetivos específicos.
El que el sistema no funcione y que algunos dirigentes, como los democristianos de Aguilera; o los cínicos del PAC, digan que son dueños de los diputados, no quiere decir que al dañar la teoría de la representación, engañarán con el cuento que ello, es democrático. Es una práctica que debilita al sistema, lo expone a la dictadura y anima al pueblo a la rebelión. Los políticos hondureños casi no tienen cinco dedos de frente. Por ello dicen, estas tonterías que, nos ocupan este día.
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