Vivir por vivir

Vivir por vivir

Por: Benjamín Santos
Siempre he lamentado que a la mayoría de los hondureños y quizá de la humanidad en general se nos pase la existencia en la lucha por ganar la subsistencia, es decir vivir por vivir. Vale aclarar que en la mayoría de los casos ocurre porque las personas no tienen la oportunidad de desarrollar sus talentos naturales, que casi todos los traemos, pero también hay muchos que deciden permanecer en la escala de valores que algunos autores llaman infrahumanos, es decir lo que tenemos en común con los animales: comer, dormir, divertirse y reproducirse, es decir que su vida gira en torno de todo lo que produce placer físico. Por una razón o por otra, hay un desperdicio de talentos que desarrollados plena y oportunamente serían un aporte extraordinario al desarrollo colectivo.

Cuando hago este tipo de reflexiones frente a mis alumnos les cuento que en el trabajo de elaborar el árbol genealógico de mi familia he retrocedido 250 años agregando nombres y fechas, pero lo que más lamento es que alrededor de dos mil de mis antepasados no aprendieron a leer ni escribir, porque no hubo oportunidades, es decir que fueron cerebros que se devolvieron con el mismo chonguito con que fueron regalados al nacer. Y me consta que en muchos casos venían dotados de talentos que no pudieron desarrollar o lo hicieron a medias. Solo como un ejemplo el tatarabuelo de mi padre nació el 6 de junio de 1804, es decir 17 años antes de la independencia, pero cuando fue padrino de la boda de un sobrino en 1875 se hizo constar que no firmaba por no poder y sé que don Patricio Santos Contreras tuvo muchos talentos que no pudo desarrollar.

Entrado el siglo XXI y cerca de doscientos años transcurridos después de la independencia, la situación no ha cambiado para muchos compatriotas, algunas veces porque no quieren y otras, porque no pueden. Todavía hay cerca de un millón de niños que no van a la escuela, otros que hacen la primaria, pero no pueden entrar a la secundaria y quienes de los que terminan una secundaria a veces de mala calidad, pocos ingresan y concluyen una carrera universitaria. Para quienes nacieron con una inteligencia práctica, inclinada a las artes y los oficios, no tienen más alternativa que el INFOP mientras en otros países hay universidades para esos propósitos, porque no tiene por qué estudiar Medicina o cualquier carrera de las que ahora se estudian en las universidades alguien que por su vocación puede ser un excelente mecánico, ebanista o maestro constructor con preparación universitaria.

Con lo dicho expresamos que la mayoría de los hondureños apenas estamos alcanzando el nivel de los valores humanos como el uso responsable de la libertad, el cultivo de la inteligencia, el respeto mutuo, el cuido del medio ambiente con otras conductas que entran en la escala de valores éticos en los cuales quizá hemos retrocedido. La gente de antes, aunque no supiera leer y escribir apegaban su comportamiento social a una escala de valores aprendidos en la familia y en la iglesia como la honradez, la generosidad y una larga lista que pasa de los 20 valores fundamentales.

Muchos dedican su vida entera a adquirir valores instrumentales como la riqueza y el poder para darse cuenta al final de la vida que esos son medios y no fines para orientar una vida humana. Desafortunadamente muchos jóvenes admiran y quisieran imitar a quienes han tenido éxito en la acumulación de los bienes materiales pasando por alto otros ejemplos dignos de admirar e imitar como quienes dedican su vida a la música, a la enseñanza, a la ciencia o a servir con honradez a la sociedad desde posiciones políticas. Desafortunadamente la actividad más noble como la política la han desprestigiado de tal manera que más parece un negocio para inescrupulosos que una actividad a la cual dedicaron su vida los próceres de la patria. Olvidémonos del más alto nivel en la escala de los valores, los valores religiosos cuyo nivel más alto es la santidad. Quien se propone un tan alto nivel de perfección se propone un plan de vida lleno de exigencias que para el común de los mortales resultaría insoportable. Por eso un amigo me dice en broma que soy afortunado, porque todos mis hijos son santos

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