La lucha por el poder

La lucha por el poder

Por Mario E. Fumero

Una de las enfermedades más grave que aqueja al ser humano, es el deseo de poder y de bienestar. Esta es la causa que genera las guerras, divisiones e justicia social. No podemos negar que el deseo de poder está ligado a la soberbia humana, y que está a su vez es la causa de todas las desgracias de la humanidad.

¿Qué es ensoberbecerse? Llenarse de una altivez que nos lleva a surtirnos superior a los demás y buscar el poder por todos los medios, para enseñorearnos de los más débiles y necesitados. Fue la soberbia la que llevó a un arcángel llamado Lucifer a querer ser igual a Dios, y fraguar un golpe de estado al Señor (Isaías 14:12). Fue la soberbia y el deseo de inmortalidad frente a una mentira del diablo, la causa de la caída de Adán y Eva, los cuales desobedecieron a su Creador, para comer del árbol prohibido (Génesis 3:3-5). Todos los seres humanos traemos dentro de nuestra naturaleza pecaminosa el deseo de ser grandes y poderosos, desatándose la envidia y el deseo de poder.

Dentro del panorama político que envuelve nuestra nación, vemos como los partidos emergentes se han fraccionado o se dividen dentro de sí mismo, porque cada cual busca su cuota de poder, y desean ser el candidato de su partido, usando para ello fórmulas maquiavélicas, en donde se aplica el antiguo concepto de divide y triunfarás.

Vemos como en América Latina algunos gobernantes, enfermos del poder, luchan por alcanzar el poder, aplastando a la mayoría, e imponiendo sus criterios como norma de conducta para permanecer gobernando a un país que les rechaza. Todos los dictadores a lo largo de la historia se enfermaron por el deseo de poder. Tristemente los políticos de hoy no buscan el bien común, sino su propio bienestar, y como consecuencia de ello conduce a sus súbditos a la pobreza e injusticia.

Se dice que nadie está sobre la ley, pero en realidad, el que tiene el poder y el dinero, puede burlar la ley. Cuando un líder político o religioso quiere conservar su poder, actúa de diversas formas para sostenerse en su posición privilegiada. Muchas veces acude a la mentira, calumnia y persecución de aquellos que disienten de él, y llegan al extremo de fabricar falsas acusaciones para quitarlos de en medio, y evitar que le dañen su “status quo”.

Cuando un partido político o iglesia se enfrenta a una lucha de poder interno, automáticamente prevalece la división, y está debilitada su estructura para dar paso a aquellos que burlándose de la ley, tienen el poder de controlar la situación y obtener lo que desean.

Los ideales políticos pueden ser buenos, pero cuando los hombres son malos, tristemente los ideales se deterioran, dando paso a la lucha de poderes que conduce al fracaso de la democracia, proliferación a los dictadores, que apoyados en el populismo y el engaño, toman el control, para satisfacer sus ambiciones personales. Ellos, con mentiras, se proclaman los poseedores absolutos de la verdad, y afirman que pueden resolver todos los problemas, acudiendo al engaño.

A más división, más confusión. A más ambición, más injusticia. A más deseo de poder, habrá más abuso de autoridad. Las leyes son buenas, pero cuando los hombres son malos y la justicia se convierte en una burla, pues el que tiene el poder puede comprar la justicia y los medios para hacer prevalecer su iniquidad. Alguien dijo una vez que el que hace la ley, también sabe hacer la trampa. Tristemente estamos viendo que en toda América los gobiernos se enfrentan a las consecuencias funestas de la enfermedad que nace de las ambiciones de poder, siendo el mal de los políticos modernos, que han encontrado en la manipulación de la democracia la forma de tener su cuota de control y bienestar.

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