Crítica a la democracia
Por Juan Ramón Martínez
Muy poca crítica se ha hecho a la democracia hondureña, en forma seria y sistemática. La más relevante, –pero muy subjetiva– por lo que no alcanzó los niveles correspondientes de la crítica racional, se produjo en el 2008, por parte de un grupo de compatriotas que resaltaron las falencias de la democracia electoral, oponiéndole el adjetivo, participativo. No como parte de un análisis crítico interno y serio, sino como fruto de una corriente de pensamiento que produjo el revisionismo sobre las formas de acceder al poder, una vez que agotada la vía de la lucha armada, el marxismo real buscó aprovechar la vía electoral y, las fórmulas de la democracia representativa, como medio para llegar al poder. El Foro de Sao Paulo y el auge del “chavismo”, apoyado por una diplomacia del petróleo, se alimentó de la crisis de la democracia, no de su fuente original, los partidos y las elecciones, sino que su eficiencia para eliminar la pobreza. De allí como es natural, la crítica al neoliberalismo y la incompetencia para mejorar desde la economía privada, el nivel de vida de las masas. Con la finalidad de establecer un socialismo, participativo, formalmente respetuoso del sistema electoral; pero llamado a imponer transformaciones que trascendieran las fronteras de la democracia.
Carlos Urbizo Solís, posiblemente uno de los más lúcidos demócratas, crítico de la democracia, dentro de la democracia, establece la imposibilidad del ejercicio cuestionador del sistema democrático, porque “contrario a la creencia popular o a la “sabiduría convencional”, en Honduras no hay, ni ha habido nunca democracia liberal, pagando caro por ello”. Creer lo contrario, sigue diciendo, nos ha llevado a caer en una falacia infortunada y hemos pagado caro por ella: pobreza crónica derivada de un alto desempleo y bajos salarios crónicos, inestabilidad política, corrupción, violencia y una sociedad civil débil e intimidada junto con todas las instituciones, incluyendo un sistema mercantilista prevaleciente y un “capitalismo de amigotes”.
Esta crítica devela los conceptos equivocados que se han manejado hasta ahora. Confundimos la democracia con las elecciones, pasamos por alto que la democracia, en lo económico, coexiste en forma obligatoria, con un modelo de libertades personales y con el sistema capitalista, privado, ágil y dinámico. En el cual, lo que prevalece es la libertad económica, junto con la libertad política, la existencia de diferencias y el sistema democrático como instrumento con el cual se manejan las mismas y se establecen los consensos. En la base de todo, la crítica de Urbizo Solís, apunta al hecho que la democracia, solo es posible en el interior del estado de derecho, en donde las instituciones –públicas y privadas– se someten a la obediencia de la ley. Por eso, dice que en Honduras “los derechos políticos y civiles de las personas se violan y niegan flagrantemente por un sistema creado perversamente en la Ley Electoral (véanse artículos 108 y 116), conocido como movimiento, facción, corriente política, dentro de los partidos políticos. Como resultado de ello, un ciudadano no puede presentarse o proponerse como candidato para ningún cargo electivo, excepto a través de una planilla o una lista, que está bajo el control de un candidato a la nominación presidencial de su partido. Para ser candidato a la nominación presidencial y participar en las primarias como movimiento, el aspirante debe cumplir requisitos absurdos, artificiosos, tortuosos e injustos. Son tan monstruosas que en efecto son barreras a una democracia liberal”. El autor citado, pudo haber agregado que además, para participar, hay que pagar un “derecho de peaje” que, en el Partido Liberal, es por la suma de un millón de lempiras.
Pero además, el proceso constitucional, que ordena y configura las estructuras del poder y su funcionamiento, ha ido desde la destrucción de la participación popular, por medio de la eliminación de la teoría de la representación, y de la superioridad de la soberanía, al establecer un presidencialismo caudillista. Ahora el Congreso, teóricamente representante de la ciudadanía, no controla al gobierno. Tanto porque las competencias han sido transferidas al Ejecutivo, como porque los diputados no representan al pueblo, al que le deben rendir cuentas; sino que a los “propietarios” o “accionistas” de los partidos políticos. La moraleja es muy sencilla. Para criticar la democracia hondureña, hay que crearla.
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