Perdimos la cuenta

Perdimos la cuenta

Editorial La Prensa



VIOLENCIA

Las cifras, los porcentajes, las estadísticas son signos, símbolos convencionales carentes de vida y espíritu, de familia y compañeros, de paisaje, de dolor, de alegría y de ilusión. No es poesía, sino realidad, vida arrancada en la calle, en el autobús, en la casa y hasta en una iglesia adonde llegan los homicidas. El impacto de las masacres ocurridas el martes al mediodía y el miércoles en la madrugada han vuelto a sacudir a los hondureños. Avance, pero con dolorosos y de altísimo costo humano.

“Ya perdimos la cuenta...” es la reacción de impotencia en el sector transporte, el más golpeado por la violencia organizada y con mayor número de víctimas, tantas que “ya perdimos la cuenta”. Y no es por desmemoriados o por desaparición de la solidaridad gremial, sino por la inmensidad del dolor, las ansias de vivir y la necesidad de protección.

Conductores, ayudantes, empresarios y pasajeros. Camino al trabajo, a la universidad o, sencillamente, en la parada a la espera de la unidad. El ¡cuídate, que vuelvas sano! es la expresión de despedida en la casa cada mañana que sigue en el corazón y en el aire hasta la vuelta del esposo o del familiar. “Creo que no hay voluntad de los políticos para contrarrestar la ola de violencia que se ha levantado contra los transportistas. ¿Cómo no van a poder saber quiénes están detrás de las matanzas de la gente inocente del transporte? Nosotros no le debemos nada a nadie”.
Es el dolor, la impotencia y la frustración en palabras de quienes sienten y viven de la mano con la amenaza. Ni antes ni después de los hechos criminales se producen acciones de previsión o represión, de la manera que la acción policial sea dictada por la emergencia permanente que vivimos en los últimos años. Hay que prevenir con educación, con valores, con reducción de la pobreza, con educación, pero también con una labor de inteligencia que luche por impedir masacres y lo logre.

“Trabajamos duro todo el día para poder vivir dignamente, pagamos impuestos y no se nos devuelven. Nosotros nos quedamos callados porque los delincuentes hasta saben dónde uno vive, y si hablamos de más, amanecemos helados porque en las colonias mandan los delincuentes. Ya perdimos la cuenta de cuántos compañeros han muerto. El Gobierno da cifras de descensos en los homicidios y eso no es cierto. Estamos abrumados por la situación. Todas las investigaciones quedan en el olvido y no se resuelve ni un caso”.

Frustración diaria con raíces en un nefasto pasado cercano cuando creció el monstruo, llegando a penetrar en la misma Seguridad. Calificar la lucha de compleja y en el límite de lo posible no devuelve la vida a las víctimas ni consuela a los familiares, pero puede ser parte de solución si se llenan vacíos y se corrigen gravísimos errores en las políticas, planes y acciones de seguridad.

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