Medio siglo ha pasado



Medio siglo ha pasado



NICOLÁS RISHMAWY




Para gobernar en un sistema autoritario no se requiere más que habilidad, algunas instituciones y reglas mínimas, porque todo gira en torno a la capacidad del gobernante para imponer su voluntad. Los sistemas políticos abiertos –tanto las democracias consolidadas como naciones en transición- requieren reglas conocidas por todos, que son cumplidas y que se hacen cumplir.

La Honduras de hace medio siglo era militarista, autoritaria y, por sus características, relativamente fácil de gobernar. La Honduras de hoy es grande, compleja y con una amplia y diversa población que requiere reglas y procedimientos, pues sin ello es imposible conciliar diferencias naturales de intereses, objetivos y modos de pensar en ámbitos desiguales y encontrados.

La experiencia de estos cincuenta años no es encomiable como ejemplo de habilidad para construir capacidad de Estado, entendiendo por esto los instrumentos y competencia para mantener la paz, responder ante un cambiante entorno económico, regular mercados y, en una palabra, construir un Estado moderno que haga posible el desarrollo del país.

Desde los ochenta hemos visto una ambiciosa estrategia de cambio, pero limitada en su alcance: se llevaron a cabo enormes modificaciones estructurales dejando atrás el régimen militar, pero se evadió la reforma integral de la seguridad, de la economía y, en general, del país. Aquellos cambios fueron suficientemente grandes como para ser transformadores, pero su limitado alcance acabó sembrando la semilla de muchos de los problemas que hoy padecemos, incluyendo la inseguridad, la exacerbada informalidad, la ausencia de oportunidades, la falta de empleos, la improductividad en una buena parte del sector industrial, y no menos importante, el rechazo de parte de la sociedad a cualquier cambio pues expectativas y esperanzas han sido sistemáticamente destrozadas.

En todos estos años hemos observado una avalancha de reformas, pero las leyes, por sí mismas, no pueden provocar un cambio. El cambio es producto de la implementación de las leyes.

La alternativa actual más necesaria reside en una transformación adicional en ámbitos como el de la justicia y la legalidad, pues aunque ha habido reformas diversas en materia de justicia, esta no tiene nada de expedita, a la vez que sigue siendo extraordinariamente disfuncional y politizada: el sistema de justicia sigue actuando a nombre de sus jefes políticos o de sus propios intereses, y no, pues, procurando la justicia.

Lo mismo es cierto de la legalidad: la corrupción es tan flagrante en tantos ámbitos por demás visibles para toda la población y la impunidad tan costosa para la legitimidad del gobierno, que es dudoso que la Cicih o la Maccih o cualquier otra similar puedan ser exitosas sin una reforma mucho más ambiciosa en el régimen político.

A pesar de esto, con todas esas reformas, el gobierno ha desatado la enorme oportunidad de lograr el desarrollo. Ahora solo falta la parte más compleja pero también la más trascendente: su implementación. Al parecer somos buenos redactando leyes, falta demostrar que somos valientes y eficaces para implementarlas. Ahí es donde la mula botó a Genaro

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