“Cosas veredes”

“Cosas veredes”


Por Carlos A. Medina R.



Cada nación tiene particularidades especiales de acuerdo a su estado de desarrollo económico y social, y nuestro pequeño país ofrece en cada rincón de nuestra geografía aspectos positivos y negativos de acuerdo a los factores antes mencionados. Ahora que vivo en la zona rural el paisaje social es completamente diferente al de la ciudad, pero si se hace un análisis de fondo, todas las pequeñas peculiaridades de campo amplificadas y retorcidas, las encontramos en las ciudades de nuestro país.

Una enferma mental que vive en una aldea vecina de la pequeña finca de café donde habito, llega todos los días donde están laborando los trabajadores del campo. Se levanta sus enaguas y muestra sus órganos genitales a los jóvenes que trabajan, y estos le gritan obscenidades que ella responde con el vocabulario más soez que oídos humanos hayan escuchado. Al observar el cuadro patético de esa pobre mujer, pensé que como médico tenía que hallarle una solución humana al problema, y encontré que en toda la zona occidental de Honduras solo existe un psiquiatra que afortunadamente trabaja en el centro de salud de Santa Rosa de Copan. El joven colega comprendió de inmediato el problema y accedió a tratarla; si él fracasaba la referiría al Hospital Santa Rosita, centro para enfermos psicóticos del país.

El problema ahora era cómo trasladarla a su consultorio, y mis nuevos amigos en Santa Rosa me aconsejaron que acudiera a la Policía; alguien me dio el número telefónico de un alto jerarca de nuestras Fuerzas Armadas en la región, a quien equivocadamente yo había llamado, creyendo que se trataba de un Comisionado de la Policía. Él me escuchó y me dio el consejo siguiente: “no pierda tiempo, amarre a esa mujer, póngala en la paila de su carro y suéltela en el parque Central de San Pedro Sula, o si quiere ir más lejos, al de Progreso”. No le dije nada por su “ayuda científica”.

Acudí a la Policía local, quienes me dijeron, después de consultar a sus superiores, que no me podían ayudar, porque hay una ley “que les prohíbe tocar a los locos”, y que mejor fuera al Ministerio Público, recordé que el Cuerpo de Bomberos hace labores humanitarias; fui y les expliqué el problema, y ellos con toda caballerosidad me dieron la ayuda requerida. La paciente con dos semanas de tratamiento ya está en contacto con la realidad, y en la última consulta con el psiquiatra, mostró una mejoría asombrosa.

La medicina moderna, especialmente los fármacos que usan los psiquiatras, han causado una revolución, especialmente en los pacientes psicóticos y neuróticos, y ya no hay necesidad de amarrar a los pobres enfermos, como se hacía en otros tiempos. Cuando les conté a mis amigos el suceso, me dijeron “a los que hay que amarrar es a los policías y las autoridades militares por ignorantes”, y tal vez lo que me dice a primera vista que solo el Cuerpo de Bomberos, esa benemérita institución, tiene la calidad humana que la nación necesita.

Todo lo anterior me lleva de la mano a realizar por qué el pueblo hondureño no confía en la Policía Nacional, y más bien considera que esa institución necesita una revolución interna y externa para poder desempeñar su trabajo en forma correcta. Sabemos por boca del Comisionado Leonel Sauceda, en su presentación televisiva en el programa Frente a Frente, que todavía existe en la Policía elementos negativos que le causan daño a esta institución, y es vox populi que algunos miembros de la misma, han estado y están coludidos con el crimen organizado, y aún más, se afirma que aquellos que han sido separados de esa institución, todavía reciben sueldo de la misma.

En estas masacres que se han dado en San Pedro Sula y en la capital en los últimos días, muestran la reacción de las familias hondureñas afectadas. Los televidentes escucharon cuando un padre de familia en su sufrimiento dijo: “las autoridades de nuestro país son pura mierda”. Nadie puede consolar a una familia que ha perdido a un hijo por una bala asesina; son golpes demasiado duros para soportarlos todos los días, y cada vez en forma más cruel.

La indignación colectiva de esa falta de seguridad y de una Policía incapaz de prevenir y atajar estos crímenes, capturando a los crimínales, afectan a la persona que más jerarquía tiene en la nación, con la más alta autoridad y responsabilidad, como lo es el Presidente de la República. Por lo tanto, a él le toca tomar las decisiones apropiadas para que nuestra Policía deje de nadar en la ignorancia y caminar por los senderos de la corrupción, que tanto daño nos están produciendo. Sabemos que él no dirige la Policía, pero que él nombra los elementos que están relacionados directamente con la misma. Señor Presidente: usted tiene la capacidad y la inteligencia para resolver este dilema. Actúe pronto y sin paños tibios.

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