LO DOMÉSTICO EN LA NAVIDAD
LO DOMÉSTICO EN LA NAVIDAD
Editorial La Tribuna
A propósito de la Navidad y de las compras navideñas. Así como hay un afán gubernamental, en algunas épocas del año, de promover el turismo interno –haciendo puentes prolongados de ocio con los feriados que caen en un mes determinado– debiese también haber interés de promocionar lo que el país produce. Ello ayudaría a reactivar la decaída economía del país, postrada por ese costal de cargas tributarias que le encaramaron. Tristemente esa falta de autoestima, donde lo ajeno es motivo de confianza y reconocimiento mientras se desprecia el valor nacional, no solo se manifiesta como manía de traer asesores, funcionarios y figuras internacionales para que se manifiesten en cosas internas del país o a resolver los problemas propios. Es una especie de anticultura que invade otras actitudes. Se favorece lo de afuera en detrimento de lo nuestro. Como si lo extranjero fuera lo bueno y lo autóctono ruin.
Está bien importar y adquirir aquello que no se fabrica en el país. Los automóviles, los electrodomésticos, los últimos juguetes que fascinan a los niños, cristalería, los aparatos digitales y teléfonos celulares. La lista es inmensa de lo que ofrece el comercio traído del exterior porque en el país no hay forma de confeccionarlo. Y por supuesto que los clientes deben ir a las tiendas y a los mercados a adquirir este surtido de otro lado. Sin embargo, ese esnobismo –sobre todo de la clase acomodada– de comprar todo de afuera, hasta las tarjetas navideñas, que bien podrían enviarlas a hacer a cualquier imprenta local, es exagerado. Da lástima que empresas nacionales no sean fraternales con otros empresarios y compatriotas que hacen esfuerzos por elaborar aquí aquello para lo que hay capacidad. ¿Cuánto bello artículo de madera hecho por habilidosas manos artesanales o lienzos pintados por artistas inspirados –solo para citar dos ejemplos– que podrían gustar? El colmo es que las oficinas públicas recurran a lo importado en vez de abastecerse de la industria y del comercio local. En la misma ley de presupuesto debiesen colocar una disposición que obligue a dar preferencia a aquello que el país esté en capacidad de elaborar.
Meses atrás ofrecimos varios fascículos de Nuestro Orgullo. “Hecho en Honduras” fue el tema de una de esas publicaciones. Decíamos que si el país tiene tanto ingenio y creatividad para elaborar muchísimos de los artículos y productos que los consumidores buscan para satisfacer sus necesidades cotidianas, ¿por qué no elevar el sentimiento afectivo hacia lo que Honduras hace y consumir preferentemente lo hondureño? Con escasa producción interna sin estimular e incentivar lo propio, difícilmente vamos a superar la dependencia. Lo indispensable y lo que no se pueda fabricar en el país, pues, se importa. Pero si el país demanda la creación masiva de empleo para dar un trabajo digno a cientos de miles de desocupados que emigran por falta de oportunidades, ¿por qué no ser solidarios con el talento, el emprendimiento, el empeño de la gente que arriesga su dinero, que monta su industria, su negocio, su empresa, su taller, para ofrecer a la clientela la buena calidad de lo catracho? Y aunque no fuese todo de la mejor calidad, nadie crece del desprecio sino del estímulo. ¿Por una minúscula diferencia de precio –dados los altos costos que pesan sobre los empresarios hondureños– vamos a castigar lo nuestro, favoreciendo lo extranjero? La dependencia, no es del todo un vicio por la sola carencia de lo que no tenemos sino también por la falta de consideración a fomentar y estimular lo mucho que sí tenemos.
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