Violencia criminal en Latinoamérica

Violencia criminal en Latinoamérica

Por: José Rolando Sarmiento
Un artículo publicado en el periódico The New York Times, por Alejandra Sánchez Inzunza y José Luis Pardo Veiras, revela resultados de su investigación sobre homicidios en los siete países más violentos del continente –Brasil, Venezuela, Colombia, El Salvador, Honduras, Guatemala, México– para entender cómo un acto que dura un segundo evidencia una cultura de violencia, corrupción e impunidad. Detrás del muerto hay muchos vivos: un traficante o un policía, un grupo de exterminio, un hacendado o simplemente un chico que tomó una pistola que era fácil de disparar. Un investigador con un nuevo caso que tiene más posibilidades de quedarse en el cajón que de resolverse. Un juez sobresaturado, abogados que son caros, cárceles hacinadas. Lo que casi nunca hay es castigo.

Los países latinoamericanos incluidos en el Índice Global de Impunidad, del Centro de Estudios sobre Impunidad y Justicia (CESIJ) en México, tienen una impunidad “alta”. México es el segundo de la lista y Colombia el tercero, solo detrás de Filipinas. Si contamos la cifra negra -aquellos delitos que nunca se denuncian y permanecen en la oscuridad- los dos países tienen una impunidad del 99 por ciento.

Se mata porque se puede. Se mata por control territorial, por tráfico de drogas, por disputas políticas. Se mata por la riña más estúpida en un domingo después de un asado. El estudio mundial sobre homicidio de las Naciones Unidas clasifica en tres los tipos de asesinato: delictivo, interpersonal y sociopolítico. América Latina ocupa el primer lugar en los tres.

Un juez de menores brasileño que ha escuchado cientos de testimonios en sus audiencias, nos aseguró que los jóvenes rara vez tenían remordimiento por matar a alguien; más bien se avergonzaban de haber sido descubiertos. Se mata porque, si tenemos en cuenta que entre 2000 y 2015 murieron 2.6 millones de personas (casi las mismas que viven en el área metropolitana de Caracas), el asesinato se ha convertido en algo normal. Pero, en definitiva, se mata porque el crimen queda impune. Un informe del Banco Interamericano de Desarrollo señala que un 50 por ciento de los crímenes en las ciudades latinoamericanas ocurren en un 1.6 por ciento de sus calles.

Fortaleza, la ciudad de Brasil con el mayor índice de homicidios de adolescentes y niños. En 2013 la tasa de homicidios era de 267.7 por cada 100.000 habitantes entre jóvenes de 16 y 17 años, pero su mapa de violencia letal dibujaba un arco casi perfecto, alejado de la zona turística, donde había barrios sin ningún homicidio en un año.

Cuando les preguntamos a jóvenes de estos lugares cuántos asesinados han conocido, a veces utilizan los dedos de las dos manos para contarlos. Hace unas semanas, un extraficante nos decía que no recordaba a cuántas personas había matado. Lo hacía porque era lo que tenía que hacer: eliminar al enemigo. Un policía de Río de Janeiro relataba una historia similar. Lo más común es que tampoco recuerden cuántos compañeros han muerto. Un chico de 15 años nos contó que había matado a su novia porque se enfadó con ella. Tenía la pistola y disparó. La falta de premeditación suele ser escalofriante.

El tráfico de drogas es un potenciador de nuestros males, no la causa de todos ellos. Es un negocio donde el asesinato es algo común. Países como Nicaragua, Costa Rica y Panamá, que también son parte de la ruta de la droga hacia Estados Unidos, tienen tasas más bajas. Los países más homicidas tienen problemas comunes, pero también particulares. La guerra contra las drogas en México se convirtió el año pasado en el segundo conflicto más letal del mundo (solo superado por Siria).

En Guatemala, El Salvador y Honduras, la lucha entre las pandillas los ha situado como la región mundial con mayor tasa de homicidios. Colombia: las muertes asociadas al conflicto descendieron más de un tercio en una década, otras formas de violencia dejaron más de 12.000 asesinatos el año pasado. Venezuela sufre una descomposición social y económica. Hasta 2016, la Fiscalía estuvo ocho años sin dar cifras oficiales sobre homicidio. El último informe señala que el año pasado hubo 21.752 homicidios.

La cura a la epidemia de homicidios es larga y compleja. En América Latina hay algunas experiencias escasas que pueden estudiarse y replicarse. En Honduras, la Asociación para una Sociedad Más Justa desarrolló un proyecto para mejorar las investigaciones. Pero es imposible pensar en una reducción de homicidios, cuando no hay investigación, cuando no hay sentencias, el asesinato crece.

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