La ética y la cultura democrática

La ética y la cultura democrática

Por: Jorge Roberto Maradiaga
Doctor en Derecho Mercantil, catedrático universitario y especialista en Derecho Aeronáutico y Espacial
Siendo que estamos transcurriendo un año eminentemente político, en el cual habrán de elegirse: 1. El nuevo conductor de la nación; 2. Diputados al Congreso Nacional; y, 3. Alcaldes y regidores, estimamos procedente hacer una reflexión objetiva sobre figuras tan importantes como la ética y la cultura democrática.

En noviembre del presente año habrá de materializarse la escogencia de todos los hombres y mujeres que ocuparán tan importantes posiciones políticas. Desde ya se advierte una preocupación, misma que se basa en la búsqueda de principios o valores superiores que orienten la conducta de los hombres y mujeres en tanto miembros de la sociedad. Ello se da en el marco de una generalizada pérdida de confianza en las instituciones políticas y en los políticos en particular. Esa falta de confianza en las instituciones es un fenómeno general, mismo que se siente con particular intensidad en los países latinoamericanos.

Los hechos evidencian, que la crisis de confianza que afecta a las democracias contemporáneas es el resultado de un cúmulo de factores, entre los cuales cabe mencionar la creciente corrupción política; la falta de transparencia en el manejo de los asuntos públicos -entre ellos el financiamiento de la política-; la insatisfacción producida por la falta de respuesta a las demandas sociales; la exigencia de soluciones rápidas que privilegian mecanismos de decisión ejecutiva y desvalorizan la función de los órganos deliberativos.

Es importante, básico y fundamental, la recreación de un consenso ético entre los políticos, el restablecimiento de reglas de conducta que restrinjan o eliminen la posibilidad de conductas corruptas, la penalización efectiva de la corrupción y la transparencia sobre los intereses y patrimonios de los gobernantes, así como la transparencia en los procesos de decisión, pues de esa manera contribuirán a la recuperación de la confianza y credibilidad de la gente o del elector en sus representantes.

Como producto de lo anterior, con toda propiedad podemos afirmar que la confianza de los ciudadanos en sus representantes y en el funcionamiento de las instituciones resulta clave para la consolidación y fortalecimiento de la democracia y que definitivamente ese es uno de los anhelos primigenios de todo el pueblo en general.

Debe tenerse presente que la inclusión de la ética o la moral en la agenda de las democracias no se orienta a una discusión de pura filosofía, sino más bien a la búsqueda de valores o parámetros de corrección que sirvan de orientaciones básicas para el comportamiento del hombre y la mujer en el acontecer o accionar político. En cada sociedad y en cada momento histórico, la conducta del hombre y la mujer, en cuanto ser libre que decide, está regida por una serie de normas y principios de distinta fuerza y naturaleza obligatoria, pues no puede desconocerse que cada sociedad asume como propios una serie de valores a los que considera como base sustantiva de la convivencia armónica y civilizada.

Justamente se sostiene que, actuar con honestidad y rectitud es una norma moral que, más allá de los cambios históricos de su contenido material, obliga al hombre y a la mujer no porque un poder estatal haya dictado una ley, ni porque haya unos jueces o una policía que la harán cumplir, pues categóricamente nos sentimos obligados por aquellas normas morales en tanto las percibimos como nuestro deber, o en cuando actuando conforme a ellas sabemos qué, haremos el bien y, en consecuencia, seremos buenas personas.

Insistimos, la inclusión de la ética o la moral en la agenda de las democracias no se orienta a una discusión de pura filosofía, sino más bien a la búsqueda de valores o parámetros de corrección que sirvan de orientaciones básicas para el comportamiento del ser humano en el acontecer político, tal como lo anhela el pueblo en general.

Es una realidad incuestionable, que en cada sociedad y en cada momento histórico, la conducta del ser humano, en cuanto ser libre que decide, está regida por una serie de normas y principios de distinta fuerza y naturaleza obligatoria. Cada sociedad asume como propios una serie de valores a los que considera como base de la convivencia civilizada. El hombre está sujeto, así, a los usos y costumbres sociales y a las leyes y reglamentos que emanan del Estado, pero también se siente obligado por algunas normas que no se imponen coactivamente. Vale decir, actuar con honestidad y rectitud es una norma moral que, más allá de los cambios históricos de su contenido material, obliga al hombre y no digamos al político, no porque un poder estatal haya dictado una ley, ni porque haya unos jueces o una policía que la harán cumplir.

Todos nos debemos sentir obligados por las normas morales, en cuanto actuando conforme a ellas, haremos el bien y en consecuencia seremos buenas personas, orgullosas de nuestra existencia y accionar en este mundo terrenal.

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