La voz del silencio



La voz del silencio

Por Segisfredo Infante

En varios momentos he publicado artículos relacionados con la palabra y el silencio, apoyado en las perspectivas de autores contrapuestos. Entre ellos el médico y filósofo español J. Rof Carballo. Creo que el penúltimo artículo que publiqué al respecto se conecta con el libro “Escribir y callar”, de Nuria Amat. Pero en esta oportunidad deseo vincular la temática con el silencio individual, frente a la vida en general, y frente a un modo de vida intelectual en particular, con recargas filosóficas, en consonancia con las cosmovisiones personales. Quiero referirme a la voz interior del individuo fotopensante, que desearía, en el fondo de su ser, guardar la distancia indispensable respecto del ruido ensordecedor de los sucesos cotidianos, cada vez más bulliciosos, a veces con la notación exagerada de la vulgaridad vacía de aquellos que desean llamar la atención de los demás a todo trance, sin importar la privacidad, los derechos y los fueros autónomos de cada cual.

Los buenos poetas, los teólogos y los filósofos de verdad, sin excluir algunos científicos moderados, son quizás los sujetos que más se aproximan a comprender las virtudes estratégicas de las pausas y el silencio. Pues sólo en la esfera del silencio es que el hombre racional puede meditar con intensidad sobre las encrucijadas de la existencia, ya sea individual o colectiva, y guardar la respectiva distancia de las presiones que conducen a una vida declarativa ruidosa. Por eso me resulta comprensible, hasta cierto punto, que un filósofo alemán del siglo veinte se haya llamado a silencio cuando algunos otros escritores importantes lo presionaban para que hablara en la única dirección probable en que los entrevistadores deseaban que él se expresara. Deseaban arrancarle declaraciones que lo alejaban de sus propias cosmovisiones filosóficas. O de sus propios principios. Daba la impresión que aquellos escritores jamás habían leído la obra especulativa central del pensador cuestionado, publicada por primera vez durante la primavera del año 1927, muchos antes del recrudecimiento del nazismo. El filósofo alemán decía, en el aludido libro: “La conciencia habla única y constantemente en la modalidad del silencio.” (…). Esa llamada de la conciencia “fuerza al Dasein interpelado e intimado a guardar silencio sobre sí mismo.” (…). Es como una voz “sin ruido de palabras. La llamada habla en ese modo desazonante que es el callar. Y habla así tan solo porque la llamada no llama a entrar en la habladuría pública del uno”. Si hubieran leído detenidamente la obra principal del filósofo cuestionado, hubieran sido más comprensivos frente a las actitudes de un hombre pensante atrapado en las espantosas circunstancias de su país y de su época. Atrapado por la tiranía harto ruidosa del nazi-fascismo. Como también lo estuvo el genial físico teórico (y de partículas) Werner Heisenberg. También lo estuvieron los escritores soviéticos, más o menos independientes, en la época insoportablemente gris de Josif Stalin.

La radical “desazón” que padece, o saborea, el sujeto pensante solitario, puede ser recompensada por un llamado inesperado de la conciencia del sujeto mismo, sumergido en una especie de radical aislamiento. Tal sujeto aprende a escucharse a sí mismo pero también a escuchar atentamente a los demás, en una época en que nadie pareciera escuchar a nadie. La voz interior podría también provenir del “Sujeto Universal”, extra-terrenal, aun cuando algunos filósofos agnósticos y escépticos lo rechacen. O algunos científicos dogmáticos se burlen de tales posibles llamamientos, bajo la sospecha que el llamado podría colindar con el fenómeno patológico de la esquizofrenia.

Muchas veces me ha ocurrido que algunas personas bienintencionadas me han presionado para que opine sobre temas que de ninguna manera deseo opinar. También me han conducido por callejones sin aparente salida, para que conteste a mis difamadores y calumniadores que me han hecho daño física, numismática o espiritualmente. En la mayoría de los casos me he refugiado en el silencio estratégico, con la esperanza de encontrar un poco de tranquilidad humana. O con la esperanza que algún día remoto las cosas se aclaren por sí mismas, en un mundo que sin embargo se alimenta de las habladurías y vulgaridades aparentemente novedosas. Que conste que en ciertas ocasiones mis detractores “poderosos” han recibido respuestas muy subrepticiamente, casi en forma subliminal. Esta noción de la voz que llama al sujeto fotopensante desde el silencio del sí mismo auténtico, he intentado compartirla con algunos jóvenes amigos (y amigas) que se encuentran en la trayectoria de los remolinos tormentosos; o de las vorágines irracionales; incompresibles.

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