La seguridad comunitaria, una buena proposición contra la inseguridad en barrios y colonias
Por José Antonio Pereira Ortega
Coronel ® japo916@yahoo.es
Por alguna razón y que todavía no le encuentro justificación, la convivencia entre los habitantes de los centros urbanos es bastante complicada y a veces inexistente, aún entre vecinos levantamos barreras improcedentes para la convivencia y por ende para vivir seguros, nos damos fácilmente la espalda en vez de las manos.
Este hecho, aunado a la falta de colaboración mutua y la escasa participación como ciudadanos en busca de soluciones a problemas comunes como la inseguridad, resulta al final en una debilidad y nos expone ante los antisociales que han convertido los actos delictivos en una forma de vida a costa de los desorganizados e indolentes ciudadanos que sufren en colectivo y aisladamente sus efectos. Ni siquiera nos conmueve la solidaridad ante el dolor de las víctimas y sus familias, nos consume el orgullo y la apatía, estimulando además con esta actitud un deterioro social en nuestra calidad de vida y capacidad para relacionarnos, obviando que cada flanco que dejamos expuestos es una brecha de tentación al delincuente que permanentemente acecha en busca de “su oportunidad”.
Lo más insólito, es que sin darnos cuenta o haciéndonos los desentendidos, pegamos el grito al cielo increpando al gobierno central o local, y reclamamos ayuda del Estado para enfrentar los altos y constantes eventos delictivos que amenazan nuestra vida, nuestros bienes y de nuestras familias, pero erramos en la percepción o percatamos que estas condiciones de inseguridad se derivan más que del contexto personal del individuo, es producto del contexto social desarrollado en la comunidad, es decir somos corresponsables en lo que nos atemoriza y nos mantiene en constante zozobra, incluso en nuestras viviendas, no solo en las áreas públicas y en las calles.
Aquí quiero ser reiterativo para llamar la atención de las autoridades y de la población, solo podemos enfrentar este fenómeno social de la criminalidad si unimos esfuerzos y fortalecemos el contexto social de nuestras vecindades, y así, mancomunando esfuerzos y recursos tendremos barrios y colonias fuertes y preparadas para reducir y negar los espacios a los criminales, dado que en medida que nos demos cuenta y conozcamos las circunstancias de este contexto social, podremos identificar los cursos y líneas de acción a tomar para conducir y tomar medidas activas y pasivas de prevención y contención de manera unificada toda la población agrupada en ese contexto social, ya sea este de una aldea, un barrio, una colonia, residencial, condominio o ciudad. El resultado será tener ciudades fuertes y seguras.
La mejor ilustración que les doy al respecto, enfrentamos un grupo de criminales organizados y con propósitos definidos, personas que en aras de sus intereses actúan indiscriminadamente contra los pobladores y sus bienes, seres enfermos del alma que no tienen sentimientos ni conocen la compasión, ellos no experimentan pasiones de afecto por nadie y por ello el sentimiento de culpa es escaso, exhiben una disminuida capacidad de sentir o experimentar sensaciones de lástima, no ven más que su propio deseo de alcanzar su objetivo y nos ven a todos nosotros como una víctima que le permitirá satisfacer a cualquier costo sus necesidades reales o creadas (aspiraciones personales de carácter delictivo). Agregando que se vuelven más agresivos y despiadados cuando están drogados o bajo efectos del alcohol.
Como es natural no es fácil, si tomamos en cuenta que la cohesión o desunión de una comunidad está sujeta a elementos propios del espacio, en cuanto a su infraestructura y los servicios instalados así como de las condiciones en las que los pobladores vivan en su núcleo familiar y la interrelación social con los miembros de su comunidad.
No dudo que gran parte de esta actitud, tiene su origen en que la mayoría de los que nos asentamos en los centros urbanos como en nuestra Tegucigalpa, venimos del área rural o del interior como dicen algunos, llega gente de la costa, de los campos bananeros, de las montañas, etc., desarrollados en contextos sociales varios y disímiles, generando así una ruralización del contexto urbano (urbanización), con lo cual se crea un tejido social endeble.
Suma también la natural desconfianza del vecino de abrirse a los demás habitantes de manera espontánea ante amenazas y peligros comunes, al querer mantener nuestra privacidad, somos fácilmente influenciados por prejuicios y nos resta enormemente el hecho de que no queremos que nosotros mismos o nuestros parientes podamos establecer buenas relaciones con los demás, ni siquiera intercambiamos saludos, excusándonos en creer que la vida de la familia va trascender de boca en boca entre los parroquianos, si así fuera no se compara con los daños físicos o psicológicos producidos por un ataque o evento delictivo por seres despiadados que ni siquiera repararán en respetarnos, ellos violan esa privacidad que cerramos ante nuestros vecinos.
No quiero cerrar mi opinión sin recomendar al gobierno que dentro del esfuerzo dedicado al combate de la inseguridad, se incremente la atención a la seguridad comunitaria, como una filosofía en seguridad y no como una unidad de la Policía, en mi conocimiento y viendo las experiencias en países de la región es una buena y muy económica alternativa, en especial que al estimular una buena relación entre pobladores y policías se endurece el blanco.
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