Bien o malaventurados

Bien o malaventurados

Por: Julio Raudales
El discurso de Pericles exhortando a los atenienses durante la guerra del Peloponeso es quizás la exhortación a la defensa de los valores democráticos más importante de la antigüedad. El sabio griego defiende el patriotismo ateniense, pero también los valores universales de tolerancia, diversidad, libre comercio y el imperio de la ley. Termina recordándoles a sus compatriotas que “la felicidad depende de ser libres, y la libertad depende de ser valientes”.

Siempre me ha motivado esa bella oración, y deseo explorar su sabiduría en el contexto más ordinario del gasto gubernamental. Mi primer punto pocas veces es apreciado: cualquier tarea que le encomendamos al gobierno requiere que entreguemos algo de libertad. Cuando consentimos en ser gobernados concedemos al gobierno el uso monopólico del poder coercitivo en la sociedad. Damos al gobierno el derecho exclusivo a forzarnos a comportarnos como exigen las autoridades, o atenernos a las consecuencias.

Cuando renunciamos a la libertad de manejar a 100 kilómetros por hora para mejorar la seguridad del tráfico hemos entregado la libertad de manejar como nos plazca. Escogiendo seguridad sobre libertad hemos cedido juiciosamente algún grado de esta última. Esta es la lógica de intercambiar libertad por algún valioso servicio del gobierno, que sustenta nuestro concepto occidental de gobierno legítimo.

Por definición, más gobierno implica menos libertad. Sin embargo, malinterpretamos esta lógica y actuamos como si más servicios gubernamentales (es decir, mayor gobierno) fueran siempre una mejoría en nuestras vidas. Eso equivale a declarar que nuestras vidas se enriquecen con menos libertad.

Una medida del tamaño del gobierno es el gasto público. Solo para que los lectores tengan una referencia, en 1990 el gasto del gobierno era equivalente a unos 900 mil millones de US$ de hoy. Para diciembre de 2016, ese mismo gasto fue de casi 5,000 millones de US$ de hoy. Es cierto, la población del país ha crecido en un 30%, pero el gasto del gobierno se incrementó en 300%.

El Reporte Mundial de la Felicidad es una nueva medida sofisticada sobre cómo las personas alrededor del mundo evalúan su satisfacción general con la vida. El reporte es un abarcador instrumento que busca medir la felicidad incluyendo variables tales como PIB per cápita, expectativa de vida saludable, apoyo social, ausencia de corrupción, generosidad, y libertad de decidir sobre la vida.

De acuerdo al desempeño de este indicador, nuestro país mantiene un nivel de felicidad (o infelicidad) más o menos estable. Si observamos los rankings obtenido año con año desde 2005 en que comenzó a publicarse, los hondureños nos mantenemos sistemáticamente en el último lugar de Centroamérica y curiosamente, el reporte de 2017 (con datos de 2016), muestra que hemos sido superados incluso por el miserable Haití.

Evidentemente, esos datos no bastan para establecer una correlación, mucho menos causalidad, entre crecimiento del gobierno y felicidad. Hay datos contrapuestos como son los de los países escandinavos, que reportan a la vez altos niveles de felicidad y de gastos gubernamentales.

Pero los datos muestran que, a pesar de ceder libertad permitiendo incrementar gastos gubernamentales en más de 300% en 17 años, nuestra felicidad percibida no se incrementa, sino decrece. Quizás Honduras es solamente un caso de mala gestión administrativa. Pero el hecho es que no obtuvimos mucho a cambio de nuestra billetera y libertad.

La lección es que, en esta temporada política, debemos ser escépticos ante cualquier oferta de incrementar el gasto gubernamental bajo el disfraz de aumentar nuestro bienestar. En vez, debemos tener el coraje de buscar nuestra propia felicidad.

Es ciertamente justificable que el gobierno proteja nuestra vida, libertad y propiedades, como prevé la Constitución actual, las anteriores y las por venir. Pero no tiene sentido renunciar a más libertades para comprar un mayor gobierno. Resulta que, mayor gobierno y felicidad pueden ser mutuamente excluyentes, porque la felicidad, como dijo Pericles, depende de ser libres.

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