Populismo de izquierda y derecha



Populismo de izquierda y derecha

Por: Juan Ramón Martínez
Las apariencias también cuentan. Por eso, aunque dijimos en un artículo anterior que la lucha es entre azules y colorados, si prestamos un poco de atención, podemos afinar la cuestión y concluir que, hay algo más. Que se trata realmente, de una confrontación entre los populistas de izquierda –Manuel Zelaya, Salvador Nasralla– y los populistas de derecha, en este caso, representados por Luis Zelaya y Juan Orlando Hernández. En que, la primera diferencia es que, mientras los primeros, quieren destruir el sistema de derecho establecido, los segundos –pese a que son conscientes de sus defectos– lo preservan y buscan, mediante una nueva política, opuesta a la mala política, lograr la estabilidad, asegurar la continuidad y preservar la seguridad nacional, necesaria para el desarrollo económico. Por eso es que Nasralla, repitiendo las palabras de Zelaya, el primer ventrílocuo de la política hondureña, predica la necesidad de una Constituyente, una nueva Constitución, en el ánimo de legitimar de una vez por siempre, la reelección presidencial. Y rechaza el sistema judicial, ante el cual, mientras no se cambie, “no se deben presentar casos de corrupción”. De allí que, lo de Flores Lanza, tendrá que esperar hasta que gobierne Libre, para que jueces amigos, juzguen a los amigos. Pero hay otras diferencias, actuales por supuesto, entre los populistas de izquierda y los populistas de derecha. Mientras los primeros, tienen un aire antiestadounidense y una inclinación evidente por Cuba y Venezuela, respaldadas por Rusia y China, los populistas de derecha son proclives a los Estados Unidos, a la Unión Europea, y en general, a los gobiernos elegidos democráticamente. Además –y lo hemos dejado por último porque es el sedimento más constante, y porque forma parte de la conducta de los seres humanos– los populistas de izquierda, siguen creyendo en la revolución como instrumento modificador del subdesarrollo galopante del país. Los populistas de derecha, más realistas, se han dado cuenta que la revolución rusa, fue un fracaso, que Cuba no es un ejemplo para elevar el nivel de vida de los hondureños, y que la revolución bolivariana, es un desastre total, que nadie puede negar.

Pero los dos populismos tienen algo en común. Privilegian la centralización, la superioridad del gobierno para resolver los problemas, con los que ambos, aunque en diferentes proporciones, destruyen o debilitan, la iniciativa de los particulares. Con lo que en la práctica, el “dios” Estado, el “ogro filantrópico” como lo llamó Octavio Paz, no solo piensa sobre lo que es bueno para cada uno, sino que, además, al resolver teóricamente nuestros problemas, limita la libertad e iniciativa individuales. Y debilitan a todos los ciudadanos, volviéndonos casi niños de pecho, que aunque adultos, siempre están pegados a la dependencia interna y externa. Sin embargo, mientras los populistas de izquierda, cierran todas las oportunidades para participar, el populismo de derecha permite “cambiar” a los gobernantes mediante elecciones más o menos democráticas. Los populistas de izquierda son, continuistas inveterados. Enamorados del poder, se aferran al mismo de forma tal que, no pueden vivir fuera del mismo, para lo cual se han inventado el cuento que el pueblo, tampoco puede vivir sin ellos.

Al margen que uno de los populismos es el mal menor, por lo que, el sentido común nos empuja a preferirlo; ninguno de ellos, es una solución plena y de largo plazo. La semana pasada estuvo en Buenos Aires, Argentina, Francis Fukuyama, el que dijo, en forma apresurada, repitiendo a Hegel en 1812, –impresionado por el éxito arrollador de Napoleón Bonaparte en Europa– una vez caído el imperio soviético, que “la historia había terminado”, cosa que por supuesto, los hechos han demostrado que es una equivocación; que países como Argentina, no se han desarrollado por la incompetencia, falta de voluntad y sentido de responsabilidad, de las élites gobernantes. El populismo de Perón, impidió que Argentina pudiera asegurar su crecimiento, convirtiéndose en una gran potencia, que le permitiera a su pueblo, una vida mejor. Así como el de López Arellano, impidió que Honduras en los 70´s, se convirtiera en uno de los 5 países desarrollados del continente. Ahora, lo que tenemos, es una Honduras que compite con Haití, como país más pobre del continente. ¿Los culpables? Como dice Fukuyama: las élites políticas.

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