¿POR QUÉ IR A VOTAR?
¿POR QUÉ IR A VOTAR?
AYER de madrugada nos tocó ir a hacer un mandado. Mientras realizábamos la diligencia, la dama que gentilmente nos atendía, quiso saber nuestro parecer sobre el tema político. Como casi no salimos, quisimos más bien aprovechar la oportunidad de la conversación, para indagar su punto de vista. ¿Cómo ve usted las cosas –le preguntamos– ya este fin de semana son las elecciones primarias, tiene alguna preferencia para ir a votar? Se sonrió, respondiendo que en este ambiente tan confuso, con tanta cosa deprimente que escucha todos los días, ni ánimo da para meterse en los asuntos políticos. O sea, no lo dijo así en esos términos, pero entendimos que poco entusiasmo tenía de ir a enredarse en el berenjenal. Como si un voto más o un voto menos fuese a arreglar algo, sentar alguna pauta o a hacer alguna diferencia.
Ofreció un parecer que seguramente es compartido por muchísimas otras personas; las que no pasan inmersas en todo el frívolo bullicio que les circunda, sino atendiendo asuntos más importantes de su rutina diaria, de su vida personal y familiar, ganándose el sustento con el esfuerzo esmerado del duro trabajo. Influenciada, quizás, por esa atmósfera pesada de noticias negativas, pocas propuestas que ofrezcan solución a la actual encrucijada que el país enfrenta, o que inspiren mayor confianza. Hasta ahora la campaña –salvo alguno que otro destello– no ha servido para modificar esa presunción que hay sobre la clase política. Un vacío de planteamientos, que soslaya los ingentes problemas que golpean al hondureño; los ataques repetitivos que dividen más la sociedad, la demagogia acostumbrada, con pocas expectativas prometedoras. Más bien pareciera que se ha retrocedido en la forma de hacer proselitismo, recurriendo más a la descalificación que al planteamiento, eludiendo mostrar las virtudes que logren producir simpatía de los electores. Digamos, como para diferenciar a un aspirante por lo bueno no por lo malo que tenga el otro –cualquiera de ellos– de los demás. Un tono sombrío en el debate público que lejos de orientar, desluce si no es que irrita. Como si se hubiese perdido la creatividad. Sin ingenio para superar las campañas vivas, frescas, positivas y propositivas, alegres, enfocadas en el análisis de las realidades nacionales, de épocas pretéritas. Se ven rostros –nuevos y viejos– estampados en cartelones, afiches, volantes, videos, por todos lados. Sin que el amable público tenga la menor idea de lo que la mayoría de esas caras –bonitas, regulares, pasaderas, naturales, maquilladas o arregladas– representen.
Sin embargo, aún así, cuando en el intercambio nos tocó dar nuestro punto de vista, aportamos lo que a nuestro juicio debe motivar el comportamiento de todo ciudadano amoroso de su Patria. Participar. No hacerlo es dejar en manos de otros las decisiones delicadas del país. Se puede pecar tanto en acción como en omisión. Debe haber, en todo ese amplio mosaico que se presenta a la competencia, suficiente valor rescatable. Quedarse en casa no es ninguna alternativa. Hay que ir a las urnas y apostarle a la democracia. Es la única forma de evitar que al país lo embroquen –los irresponsables, los incapaces, los odiosos, los ofensivos, los violentos y los insensatos– al despeñadero. A veces la escogencia no consiste en algo que llene plenamente, sino en evitar caer en el abismo. Siempre hay opciones, posibilidades de donde escoger y siempre habrá motivo de esperanza. Intuimos que la plática no fue inútil. Confiados que iría a votar con toda su familia.
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