El PATATÚS Y EL FLOTADOR
El PATATÚS Y EL FLOTADOR
HAY dos maneras de ver esa asignación de recursos frescos que el BID y el Banco Mundial conceden al país. Con ojos de alivio o de preocupación. Se trata de la disponibilidad anunciada de $942 millones adicionales, de fondos para financiar infraestructura, fomento de la agricultura y del sector microempresarial y otros proyectos de desarrollo a tasas bajas de interés y en términos favorables de 40 años plazo. Para que los entes internacionales de financiamiento concedan estos recursos requiere el certificado de buena conducta del FMI. Buena ejecución de anteriores empréstitos otorgados, una calificación de riesgo satisfactoria del país y cifras macroeconómicas aceptables –crecimiento, inflación, reducción de gasto público, mejoría en la recaudación tributaria, deslizamiento de la moneda y las demás exigencias que el FMI impone para mantener acuerdo con el país– dentro de otros factores.
Aparte de lo anterior habría que sumar otras consideraciones insoslayables. El país no produce ni cercanamente lo que se ocupa para mantener un sano equilibrio de la economía y si no fuera por las remesas y la masiva ayuda financiera que recibe del exterior, el andamiaje económico y financiero se desplomaría. Es con préstamos que se compensa esta tremenda deficiencia productiva. Así como el que no gana lo suficiente para su sustento y el de su familia y necesita recurrir a su tarjeta de crédito o enjaranarse con un banco para equilibrarse. Distinto serían los US$1,471.1 millones en cooperación no-reembolsable recibidos en los últimos 3 años, ya que estos valores ingresan, refuerzan las reservas, sirven para compensar la flojedad interna, pero no quedan como factura pendiente a ser pagada más adelante. Si los recursos son invertidos adecuadamente, sin duda contribuyen a fortalecer las muchísimas debilidades internas. El otro lado de la tortilla constituye que en la medida que el país se endeuda es una forma de subsistir en el presente a costa de lo que deberán pagar nuestros hijos y nietos. Es un pagaré que se les deja. Difícil que la comunidad internacional vuelva a perdonar a Honduras la deuda externa, como sucedió cuando nos borraron aquellas obligaciones impagables con el compromiso de destinarlas a la inversión social. Cosa que no sucedió porque los gobiernos que sucedieron al que logró la condonación hicieron micos y pericos de los recursos. De allá para acá, el país volvió a sumergirse en las hondas aguas del endeudamiento.
Claro que sin ese masivo financiamiento externo, como ya explicamos, la economía y las finanzas públicas habrían sufrido un patatús. Honduras cerró 2016 con una deuda pública de 9,507 millones de dólares, lo que equivale al 45.5 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB). Saquen la cuenta de lo que ello significa. Toda la ciencia detrás de los préstamos es tirarle al país un salvavidas temporal para que flote, mientras logra reponerse y bracear, por esfuerzo propio, a aguas seguras. Sin embargo ese flotador debe servir para orientarse hacia la orilla no en dirección a las mayores profundidades del mar. No es poca la responsabilidad que se asume, considerando que es a las generaciones venideras a las que se les carga la cuenta. Por ello, hay que invertir bien esos fondos.
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