Trump: el beneficio de la duda

Trump: el beneficio de la duda

Por Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Luego de la toma de posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos de Norteamérica -que por cierto fue transmitida sin fanfarrias ni afecto alguno por los medios televisivos, principalmente los de tendencia liberal-, miles de personas salieron a las calles a protestar contra la investidura del magnate, según ellos -o ellas-, por su postura antifeminista y su discurso en contra de los migrantes mexicanos. Al día siguiente, grupos antifeministas lograron coordinar en ciertas ciudades de los EE UU y Europa, protestas sincronizadas para rechazar la designación presidencial, con el propósito político de ver si el rechazo se convertía en un fenómeno mundial que precipitase la dimisión de Donald Trump.

Las críticas contra el ahora presidente de los Estados Unidos no han cesado. La campaña mediática es más fuerte de lo que uno pueda imaginar, sobre todo las provenientes del negocio de las comunicaciones, principalmente de las cadenas televisivas de capital hispano y cierto sector liberal tanto de las ONG, como de la industria periodística norteamericana, como el New York Times y televisoras, en el caso de CNN. Desde luego, se avizora una tendencia a la reducción o eliminación de las ventas de publicidad proveniente del sector privado.

Yo no sé lo que Donald Trump guarda en su fuero más íntimo: eso no lo podemos precisar. Y jamás alcanzaremos a conocer, siquiera, un ápice de lo que el empresario -y su equipo-, guarda en su agenda, Solo ellos la conocen. Lo que me parece irritante y digno de rechazo, es la hipocresía del ala “liberal” de ese país, representado por un sector de la clase media “underground” radicada en ciertas ONG y en el mundillo académico -Noah Chomsky, por ejemplo-, que ha vivido sus años de gloria en medio de la abundancia capitalista, muy segura dentro de un sistema que, a pesar de los vaivenes de la historia, sigue garantizando un alto grado de confort, y una buena calidad de vida. Esa misma ala, liberal y aburguesada, sigue sin renunciar, eso sí, al alto grado de consumo que caracteriza a la nación más poderosa del planeta. Mientras resisten en medio de la abundancia material, los liberales norteamericanos abogan por un mundo “más justo” libre de dictaduras e injusticias sociales. Esa es la doble moral norteamericana de siempre, herencia del calvinismo, la misma que odiaron con creces, Walt Whitman, Emerson y Hawthorn.

¿Cuál es el encono de esa izquierda “light” que ahora resurge con más ímpetu que en los años 60´s? La respuesta es bien sencilla: esos demócratas intelectuales, que no representan el sentir de las masas, son amantes de un aparato estatal agrandado y protector. Guardan fe en una libertad sin límites, a la que se aferran obstinadamente, hasta ver reflejadas sus querencias más alocadas, dentro de las agendas de las cámaras de la Unión. Libertad es fumar mariguana en cualquier placeta o casarse con personas del mismo sexo, no importando los escenarios ni los testigos. Su peor pecado: no conciben que el Estado sea manejado por hombres de negocios. Son dueños de ese prurito marxistoide, de que el sector empresarial es el enemigo del pueblo, y los hombres de negocios unos explotadores por antonomasia, insensibles ante el sufrimiento humano.

Ahora hay que decirles a estos chicos “liberales” -protestantes con música rock-, que los tiempos están cambiando, como decía la canción exitosa de Bob Dylan. Estos muchachos tienen que considerar dos cosas: que los empresarios, si bien no tienen el nivel de sabiduría que exigía Platón para dirigir las polis, al decir de los griegos, al menos son poseedores del entendimiento de lo que es deseable para la sociedad, en término financieros. No en balde la rueda de la historia ha puesto a Trump en la Casa Blanca. El Estado debe manejarse como una empresa -nos guste o no-, sin importar la procedencia partidista del tipo que se sienta en la silla presidencial. Se acabaron los días de botar el dinero en un aparato estatal fuerte y dadivoso. Hay que revisar ese Estado keynesiano que ha propiciado la haraganería y el parasitismo. Ahora le toca el turno a los “gringos” de probar, lo que, en Latinoamérica, se ha convertido en una cultura de padecimiento prolongado.

La otra cosa: la política se ha deteriorado y pasa por la peor crisis de la historia. Cuba comenzó con la epidemia dictatorial. Le siguieron, Venezuela, Ecuador, Nicaragua, y hasta en Honduras vamos a “probar lo que es bueno” en los próximos años. En otras palabras, somos lo que elegimos, nada más.

Estimados “liberales” norteamericanos: Ya habrá tiempo para ver los resultados. Si la cosa se pone fea, entonces pueden recurrir a los modelos latinoamericanos de hacer oposición, con cárcel, gases, barricadas y llantas incineradas sobre el pavimento.

Por último, no seáis hipócritas o inocentes: la política es el arte de hacer negocios, como decía un personaje de los filmes de Kubrick, al criticar la intervención norteamericana en Vietnam: “Just bussiness”. Lo mismo hubiesen hecho los demócratas de llegar al poder, solo que con otros matices más socializantes.

Habrá que darle el beneficio de la duda a Trump, se lo merece. Después podemos revisar el camino de la historia en los textos del futuro.

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