MISIONES DE OBSERVADORES
PERSONEROS de la Unión Europea (UE) se reunieron con los magistrados del Tribunal Supremo Electoral (TSE), para verificar cómo avanza el proceso para las elecciones primarias del 12 de marzo próximo. El jefe de la División de la UE para la región adelantó que viene una “misión exploratoria –que acompañará los comicios internos– a elaborar un informe que será remitido a las autoridades de la UE para que emitan una resolución sobre la presencia de observadores electorales”. Por supuesto que se aplaude el interés de los países cooperantes de participar en la observación del proceso electoral hondureño. Aquí no es como en otros lados donde ahuyentan la presencia –y hasta la prohíben– de observadores imparciales, privilegiando a sus afines y permitiendo solo el ingreso de sus camaradas.
Sin embargo estas misiones no deben olvidar que vienen a observar el proceso, en su calidad de invitados imparciales. En ese aspecto el país los recibe con los brazos abiertos. Alguna lección, para la reflexión, debió dejarles el Brexit, después que los ingleses sorprendieron saliéndose de la comunidad, hastiados que las decisiones privativas a su país las tomara gente ajena en otros lados. Decimos lo anterior porque algunas delegaciones que vienen de ciertos lugares –sin alusión alguna a nadie en especial– son bastante proclives a meter su cuchara en asuntos internos del país que solo a los nacionales concierne. Está bien que asistan o apoyen el fortalecimiento democrático, pero no aprovechar la condescendencia del país anfitrión para venir a dar pautas o a imponer antojos. Esos son asuntos que solo a los hondureños compete. A veces, las recomendaciones que ofrecen –algunas en tono de exigencias– consisten en encasquetarle al país prácticas de sus lugares de origen. Sin detenerse a considerar que no hay democracia que sea exacta a otra –por ejemplar que sea el modelo con el que deseen vestir a todos– ya que en cada país el proceso se desarrolla conforme a sus propias circunstancias históricas, sus peculiaridades intrínsecas, las realidades nacionales, su idiosincrasia, su madurez política, entre otras consideraciones. No deja también de ser irónico, además, que algunos de esos sistemas que nos exigen emular distan mucho de ser fórmulas que funcionen en forma perfecta en sus propias sociedades. Para no ir muy lejos, algo más vinculado a nosotros. Pregunten a los españoles cuánto tiempo estuvieron, después de dos elecciones, con un gobierno interino, el país semiparalizado, sin poder definir la investidura. O como le vaya al gobierno actual en la toma de decisiones importantes, sostenido por una alianza política tan endeble.
Hace unos meses atrás por aquí anduvo una eurodiputada austriaca –por un pelito en su país casi gana la extrema derecha– ofreciendo cátedra sobre una docena de reformas legales que desearían impulsar. En el TSE se quedaron esperando el costal de recursos que nunca trajeron, como donación para pagar por la implementación de los procedimientos tecnológicos que reclamaban, dizque para mayor transparencia. Volviendo al tema de los observadores que nos ocupa. No hay que olvidar los tres principios fundamentales de la observación electoral internacional: “Objetividad y neutralidad”. “Respeto por la legislación interna del país anfitrión”. “No sustitución de los actores nacionales del proceso”.
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