Nueva visita de Atanasio

Nueva visita de Atanasio

Por Segisfredo Infante

Ha comenzado a convertirse en una sana costumbre que a mediados de cada año aparezca (y reaparezca) en Honduras, el doctor Atanasio Herranz y Herranz, el más importante lingüista y lexicógrafo, después de don Alberto Membreño, que ha trabajado en estas remotas tierras. Atanasio es español; de la zona fronteriza entre Castilla y Molina de Aragón; más específicamente de un pueblo llamado Campillo de Dueñas; pero ocurre que también se ha hondureñizado espiritual y legalmente, como prueba contundente de su amor por sus hijos hondureños, de su amistad por los campos catrachos, los cuales ha recorrido en múltiples ocasiones, buscando al “último hablante lenca” (ya fallecido), y creando vínculos de afinidad con los dirigentes de varias etnias autóctonas del interior del país, como los “tawakas”, los “tolupanes” y los “payas”. E inclusive los “misquitos”, que son una etnia mestiza producto de la relación de negros traídos de África con los “sumos” de la vasta subregión entre Olancho y La Mosquitia, que abarca a Honduras y Nicaragua.

Cada vez que Atanasio Herranz viene a Tegucigalpa, tratamos de hacer un programa de televisión o de escribir cuando menos un artículo. Las motivaciones son varias. En primer lugar se trata de un amigo entrañable. Sin olvidar por ello, en ningún momento, los grandes aportes que ha realizado en los territorios de la docencia; de la investigación lingüística; y de la paciente elaboración lexicográfica, como nadie lo ha hecho todavía en Honduras, sin desdeñar los esfuerzos recientes de otros amigos y conocidos. Lástima grande que algunas de sus investigaciones centrales continúan inéditas. O que tal vez se encuentran en proceso de publicación. Nadie como Atanasio conoce la presencia casi masiva, abierta o subyacente, de la lengua náhuatl, en los usos cotidianos de los hablantes hondureños, que lastimosamente algunos estudiantes y profesionales confunden con los dialectos lencas. La presencia de la lengua náhuatl obedece, en primer lugar, a la fuerza del Imperio Azteca que extendió sus dominios desde la parte centro-norte de México hasta los confines de la parte sur de Mesoamérica, es decir, lo que hoy es Honduras y El Salvador. El otro camino se comprende por las presencia de indios mexicanos y tlaxcaltecas que trajeron los conquistadores españoles y que los asentaron en distintos puntos del territorio hondureño. Finalmente los misioneros de la Iglesia Católica evangelizaron a los pueblos nativos, en distintos momentos del periodo colonial, utilizando la lengua náhuatl.

Estas cosas las sabemos por nuestros estudios históricos y antropológicos y por las conversaciones constantes con Atanasio Herranz. También el amigo ha estudiado, como nadie, los vocabularios subsistentes de los dialectos lencas. En cuanto al español hondureño se podría arriesgar la hipótesis que su trabajo inédito es de tal monumentalidad que sólo es comparable con el “Nuevo Diccionario de Voces de Uso Actual” (de mil trescientas setenta y un páginas) de Manuel Alvar Ezquerra, por mencionar un solo nombre. Creo que los académicos don Atanasio Herranz y don Manuel Alvar son amigos o conocidos.

Honduras ha sido visitada y transitada por intelectuales recientes, de peso innegable. Habría que recordar, entre otros nombres, el del diplomático español Luis Mariñas Otero, quien escribió y publicó un libro de historia económica titulado precisamente “Honduras”, y que fuera actualizado por Ramón Oquelí. Habría que añadir los nombres del antropólogo suizo Raphael Girard, y del británico Victor Bulmer-Thomas, especialista en historia económica latinoamericana. Esto sin ocultar la presencia de varios literatos y pensadores extranjeros que se han encariñado, de alguna manera, del suelo catracho, como el teólogo y filósofo español Juan Antonio Vegas; el uruguayo Oscar Falchetti; el historiador estadounidense Stephen Webre; el poeta Juan Carlos Mestre; el filólogo y filósofo dominicano Bruno Rosario Candelier; el embajador español actual don Miguel Albero y otros nombres insignes que habremos de añadir más tarde.

Atanasio Herranz pertenece al grupo de hondureños que nosotros hemos bautizado como los “formidables viejos” de los siglos veinte y veintiuno, muy diferenciados entre sí. Unos vivos y otros fallecidos. Por ahora recuerdo al ya mencionado Ramón Oquelí Garay y al pedagogo Mario Membreño González. Ahora habría que ensanchar la lista con los nombres de Alberto Membreño, Lucila Gamero de Medina, Rafael Heliodoro Valle, Jesús Aguilar Paz, Medardo Mejía, Jorge Fidel Durón, Clementina Suárez, Eliseo Pérez Cadalso, Mario Felipe Martínez, Marcos Carías Zapata y otros de similar quilataje.

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