La mentira como herramienta de poder político

La mentira como herramienta de poder político

Por PG. Nieto
Asesor y Profesor C.I.S.I.

En el evangelio de Mateo, Jesús, refiriéndose a las élites de la sociedad de su tiempo nos dice: “Haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen… Todo lo que hacen es para que los vea la gente… y que la gente los llame maestros”. Estas palabras no han perdido un ápice de su vigencia después de 2000 años, sencillamente porque se refieren a la naturaleza del ser humano por los siglos de los siglos.
Entendemos por “élite” los grupos minoritarios que tienen el poder, situados en un nivel superior al resto de la sociedad, a la que controlan y manipulan. En tiempos de Jesús, el pueblo estaba sometido de un lado al poder religioso: fariseos, saduceos y escribas; y del otro al poder político ejercido por Roma a través de sus procuradores o gobernadores. Hoy día las élites son las castas políticas y empresariales. La palabra casta no es peyorativa sino diferenciadora, a modo de la ascendencia o el linaje, como establece la Academia de la Lengua.

La mentira forma parte de nuestra naturaleza incluso desde la concepción. El feto se protege de los anticuerpos que pudiera generar la madre produciendo antígenos, a fin de ser aceptado en el vientre. La mentira está presente en la religión, incluso desde la creación del mundo. El diablo engañó a Eva para que transgrediera el mandato de Dios y después ella lo hizo con Adán. Incluso conocemos pasajes donde es Dios quien pareciera utilizar el engaño para probar la fidelidad del escogido. Por ejemplo cuando le pide a Abraham que le sacrifique a su hijo Isaac, para detener el cuchillo en el último instante. O cuando Jacob se disfrazó de su hermano Esaú para engañar a su anciano padre Isaac y obtener la primogenitura.
La mentira es consustancial con el ser humano que la utiliza como herramienta de supervivencia y desarrollo. Decirle a una persona que es un mentiroso es literalmente una redundancia porque todos mentimos. El punto diferenciador es la mentira maliciosa cuya finalidad es el beneficio personal a costa de perjudicar a terceros. Hay solo dos maneras de mentir, por omisión o por construcción. El político miente casi siempre por omisión, porque cuando habla solo dice la parte de verdad que le favorece y omite la que le perjudica. Esta es la manera más cómoda de mentir porque si al final se descubre siempre puede alegar que se le olvidó la parte que realmente ocultó por malicia. También se miente por construcción, cuando se crea una realidad falsa utilizando algunos datos verdaderos. Esto es más complicado de realizar y mantener porque requiere imaginación, práctica y conocimientos.

Estamos ante un nuevo proceso electoral. Desgraciadamente no se pueden ganar unas elecciones sin utilizar la mentira como herramienta de campaña, pero resulta imperdonable que sabiendo que nos mienten nos dejemos engañar cada cuatro años. Pareciera que todos conocen debilidades de todos, así que mejor dramatizar ante los medios un daño realmente “controlado”.

“Por sus frutos les conoceréis” nos dice Jesús en el evangelio de Mateo. Recuerdo haber escuchado a Virgilio Padilla decir en los medios que las ideas políticas del Pac y de Libre son tan convergentes como el agua y el aceite. No obstante vemos al expresidente del Pac decir que ahora es social demócrata, como si el ideario político de la izquierda y de la derecha fuesen cromos intercambiables. El elector se siente desconcertado ante las declaraciones de un aspirante presidencial que dice que lo que firma es papel mojado porque lo que cuenta es que cuando sea presidente estará por encima de todo. Estos depredadores de la democracia no entienden que “se les ve el plumero”.

El político debe moverse simultáneamente en tres balanzas. La primera es la “legalidad frente a la moralidad”. Un asunto puede ser legal pero afectar a la ética de un sector de la sociedad. La segunda es la confrontación del “fin frente a los medios”. Muchas veces no reparamos que estamos utilizando medios ilegales para obtener un fin bueno. La tercera balanza es la que confronta al “individuo frente a la colectividad”. De esto saben mucho las asociaciones de derechos humanos, defensores de minorías. Por ejemplo, las reivindicaciones de un puñado de estudiantes, que por la fuerza se toman una universidad pública, defendiendo sus derechos, frente a los derechos de 5.000 universitarios que quieren recibir las clases. “No me puedes obligar a luchar tu lucha”, le gritaba un estudiante al encapuchado que no le dejaba entrar en la universidad.

El político, de cualquier ideología, se mueve en estas aguas turbias. Antes de posicionarse públicamente, necesitan valorar los costes para él “y los suyos” de lo que va a decir…, y terminar mintiendo por ocultación.

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