Necesidad de un pacto Estado sobre seguridad
Necesidad de un pacto Estado sobre seguridad
Por PG. Nieto
Asesor y Profesor C.I.S.I.
La seguridad completa es una entelequia. El ser humano por naturaleza es inseguro en su supervivencia y en sus objetivos, aunque hay empresarios y políticos que no conocen el concepto “impermanencia”, lo cual es preocupante. Decía Facundo Cabral que “el ser humano no pide nacer, no sabe vivir y no quiere morir”. Evidentemente cada nación presenta sus propias debilidades en materia de seguridad.
Un fenómeno que está cambiando las estrategias de seguridad en el mundo desarrollado es el de la migración ilegal, porque es aprovechada por fundamentalistas y delincuentes para “penetrar y posicionarse” en los países de acogida, a los que posteriormente atacan. No hay muralla que detenga los desplazamientos masivos, porque el ser humano lo lleva en su ADN desde que Dios lo puso en este planeta; la búsqueda de mayor seguridad y mejores condiciones de vida. Los continentes en algún momento de la historia han soportado las olas migratorias. Un país como Honduras con 8,7 millones de habitantes, con más de ochocientas mil armas de fuego sin control en manos de delincuentes, con un promedio que ronda las seis mil muertes violentas anuales, y con una tasa de impunidad que avergüenza citar, sin duda soporta y padece un conflicto armado que genera parte de esa diáspora que busca como primera opción el “sueño americano”. Por tanto, Honduras no solo exporta mano de obra poco calificada sino también refugiados.
No solo es terrorista el asesino que mata por convicciones religiosas y/o políticas, también las actividades delictivas del crimen organizado y del narcotráfico se ejecutan acompañadas de una componente que busca infundir el miedo en la sociedad, por tanto el terror. Una muerte consecuencia de un hecho delictivo tipificado en cualquier código penal, comparada con otra realizada por un sicario, por ejemplo, contra un empresario que no cede al chantaje de la extorsión, solo tienen en común, que ambas víctimas han sido asesinadas. Detrás de la primera muerte hay un homicida doloso o culposo, mientras que detrás de la segunda hay una organización criminal que atenta contra el desarrollo de la sociedad, por tanto del Estado, utilizando la muerte como herramienta de poder, de terror, y arropado por la impunidad. No estamos ante un hecho delictivo que deba tener solo una respuesta policial, estamos ante un acto terrorista, puro y duro, que afecta a la seguridad nacional de Honduras.
Las extorsiones, masacres y asesinatos cometidos por las maras, pandillas, crimen organizado y el narcotráfico son expresiones de este terrorismo atemporal, que golpea a la sociedad y pone al descubierto las debilidades de nuestra democracia para prevenir, disuadir y neutralizar al enemigo. “Utilizaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia”, es una frase proferida por el líder fundamentalista Omar Bin Bakri, tras los atentados en Londres el 7 de julio de 2005, que evidencia y descarna la situación, porque las características conceptuales de nuestro problema de inseguridad son similares.
Este nuevo tipo de guerra es siempre asimétrica. Mientras el Estado invierte cada vez más en medios y personal, el sicariato solo necesita un arma -desgraciadamente sobran- y buscar la oportunidad para matar. Se trata de un problema de Estado, no de gobierno. El ejecutivo de turno necesita el respaldo moral y efectivo de todas las fuerzas sociales y políticas para confrontar esta guerra desigual. Lamentablemente no sucede así. Las organizaciones de DDHH protegen los derechos del delincuente y no de sus víctimas. A ello se suma el oportunismo de algunos políticos que ven en este problema la posibilidad de debilitar al gobierno, buscando votos a costa del dolor e indignación del pueblo.
Estamos ante una situación de crisis que afecta severamente al Estado porque ataca los cimientos de nuestro desarrollo y convivencia democrática. Entendemos que un problema de inseguridad que ha ido creciendo por décadas no puede resolverse en una sola legislatura y con una estrategia del Ejecutivo salpicada de luces y sombras. También sería equívoco considerar que la reducción progresiva de cifras de muertos indica que las acciones implementadas son las correctas, porque un enfermo, valga el símil, puede presentar signos de mejoría ante un tratamiento aunque no sea el adecuado; al final el problema se agrava porque la enfermedad ha generado anticuerpos y aprende cómo oponerse a la medicina aplicada, incluso haciéndose más resistente ante nuevos fármacos.
Nuestra democracia se vería fortalecida si todas las fuerzas políticas y sociales se implican en un “pacto de Estado” para combatir la inseguridad, aportando a sus mejores especialistas para que diseñen una estrategia integral. Hay que dejar de utilizar la inseguridad como arma arrojadiza. Mientras cada partido actúe unilateralmente seguiremos recogiendo ad infinitum cadáveres de las calles y cunetas, nos gobierne quien nos gobierne. Perdón, es de justicia concretar, habitualmente son cadáveres de las clases sociales más desfavorecidas.
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