Reducir el nivel de rencor



Reducir el nivel de rencor

Por: Segisfredo Infante
Con Saúl Toro hemos conversado varias veces. Nos conocemos desde los tiempos del viejo Instituto Central, en que yo era estudiante de ciclo común y él se desempeñaba como “profesor consejero”, siempre con su pasión por las actividades teatrales. Años más tarde “Don Saúl” me invitó a ofrecer un par de charlas en la Academia Nacional de Teatro, que él dirigía, en los años ochentas y creo que a comienzos de los noventas, con mucha devoción. También me invitó, posteriormente, el joven director Tito Ochoa Camacho, para conversar con los estudiantes de la mencionada Academia sobre el “Hamlet” de William Shakespeare, con la posibilidad de añadir ciertas charlas de semiótica, habida cuenta que en Honduras nosotros fuimos los primeros en abordar estos raros temas, por la vía de la obra del novelista y semiótico italiano Umberto Eco. Pero bocas fantasmales se opusieron (como casi siempre), a que nosotros ofreciéramos algunos cursos de semiótica en la Academia de Teatro. Otros se opusieron, en los años ochentas, en forma sospechosa, a que publicáramos poesía. Y ciertos individuos se molestan, ahora mismo, por nuestros quehaceres filosóficos, acertados, desacertados y hoy maduros, que se remontan a nuestra juventud. No importa tal molestia. Nuestra actividad intelectual ha continuado con persistencia y amor (con el auxilio de Dios y de los amigos) hasta donde ha sido posible. Y hasta donde la salud lo permita. También ha continuado mi amistad con Saúl Toro y Tito Ochoa Camacho.

Pues bien. El amigo Saúl Toro casi siempre me interroga por la situación de nuestro querido país. Y mi reacción natural es dubitativa, frente a un hombre cuyo otoño de observaciones directas es más largo que el mío. Al final coincidimos en varias cosas, en tanto que nuestras charlas trascienden las fronteras nacionales para abordar algunos temas mundiales, que de una u otra forma inciden sobre Honduras. Coincidimos acerca del desconcierto de los jóvenes, desorientados, dentro y fuera de las fronteras patrias. Alguien tiene que comenzar a orientar, y a reorientar, a los jóvenes con visiones pluralistas pero encauzadas, ya que sobre las nuevas generaciones recae el futuro del país, de la región y de la humanidad entera. No se puede ni se debe confundir a los jóvenes, mucho menos a los niños, con ideologías y propuestas políticas cargadas de rencor personal y colectivo. Mucho menos con payasadas impertinentes; o con superficialidades. Ya perdimos muchas décadas en los siglos diecinueve y veinte con manualitos altamente rencorosos, como el “Manifiesto comunista” de 1848, en donde “la violencia es la partera de la historia”; y los “Protocolos de los sabios de Sión”, elaborados por un monje ruso ortodoxo, antisemita y maligno, para confundir a los lectores incautos de diversas épocas. Mencionamos ambos libros porque pareciera que son los únicos que algunos políticos y profesores ideologizados les recomiendan a las nuevas generaciones de estudiantes. Debiera significar un delito de lesa humanidad envenenar a los jóvenes, a quienes, en nombre de los pueblos, se les imponen lecturas unilaterales, sin ninguna sabiduría filosófica pluralista. Debieran, en cambio, leer la obra de San Agustín, para mencionar, por ahora, un solo nombre.

Con don Saúl Toro coincidimos, en nuestra última o penúltima conversación, que San Agustín se enfrentó a una circunstancia y una época harto difícil, transicional, muy parecida a la nuestra. Cuando se derrumbaba la cultura greco-romana conocida, por la vía del autodesgaste y de la violencia extranjera incendiaria, Agustín de Hipona sugirió, muy enfáticamente, que había que quedarse para civilizar a los “bárbaros” que venían del noreste de Europa asolando todo aquello que oliera a civilización mediterránea. Casi nadie estaba a salvo de la desolación y muerte provocada por los godos, los visigodos, los ostrogodos, los vándalos y otros grupos germánicos. (Algo que se “repitió”, por analogía, durante la primera mitad del siglo veinte). Pero San Agustín tenía sobrada razón cuando propuso, mediante la paciencia y el amor cristiano, la culturización de los “bárbaros”, que terminaron recreando el viejo derecho romano; y creando la civilización judeo-cristiana occidental. Sobre todo los “celtas” de Irlanda; los “visigodos” del norte de España; y los “francos” de todas las Galias y parte de Alemania, liderados por un singular personaje llamado Carlomagno. (Acerca de estos temas he publicado varios artículos).

En Honduras, para decirlo a la manera de los chinos en sus momentos de lucidez, hay que “reducir el radio de ataque para ampliar el radio de unidad”. Esto significa que hay que buscar la armonía por encima de la discordia. Buscar los puntos de coincidencia para sacar a Honduras del atraso en que patina constantemente. Hay que recurrir al amor y a la misericordia subrayada en los textos bíblicos, sin poses religiosas histriónicas y sin laicismos rencorosos y dogmáticos. Hay que evitar a los personajes mentirosos y cargados de odio, que ansían envenenar a la juventud. Hay que evitar a los unilaterales y a los estafadores de la Historia. Hay que cultivar los campos de la existencia con la luz del amor, la comprensión y la reconciliación, apartando las consabidas intransigencias que exhiben algunos bandos enzarzados en apasionadas y enceguecedoras contradicciones estériles.

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