Palmas para la mediocridad



Palmas para la mediocridad

Por Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

El desventurado debate entre la ministra de Relaciones Exteriores de Honduras y la canciller de Venezuela, en la reciente Asamblea de la OEA, celebrada en Cancún, puso al descubierto no solo la debilidad en materia diplomática de nuestra dignataria, sino también la falta de pericia parlamentaria, competencia que es muy exigida a los representantes de cada país, en estos eventos internacionales.

La embajadora venezolana Delcy Rodríguez ha respondido, con datos en la mano, a nuestra canciller, María Agüero, quien, en la antesala del debate, había pedido, en lenguaje diplomático -es decir, político-, tratar el tema de la crisis interna que abate al país sudamericano, para buscarle una solución al problema. Rodríguez entendió esto como una afrenta, y mientras Agüero desenrollaba el demandante discurso, la venezolana buscaba los datos estadísticos de nuestro país, que, obviamente, Google serviría en bandeja de plata. En ese momento, no podía hacerse nada al respecto: Honduras, no puede compararse con Venezuela, y Rodríguez, más astuta en estas lides, contrastó las cifras -ya en desgracia, por cierto-, de su país con el nuestro, poniendo a Agüero contra las cuerdas. Nuestra canciller solo debía mencionarle el estado de la inflación y el PIB venezolanos, indicadores suficientes para ganar la partida.

Por supuesto, el meollo del alegato no estaba centrado en los datos macroeconómicos, es decir, no era ese el foco del asunto, pero la chavista desvió el tema con la sagacidad de maese zorro, y la nuestra quedó en el mayor de los ridículos en el ring de la diplomacia latinoamericana. Las consecuencias: burlas a través de las redes y los consabidos “memes” que no pararon durante varios días.

En Honduras, existe un problema de raíces profundas en el enredo cultural: la distracción profesional -y si lo queremos suavizar, el desgano para prepararse a fondo en lo único que uno puede y sabe hacer-, campea en los cielos y en la atmósfera de nuestro suelo patrio, como si se tratase de un componente gaseoso que necesariamente todos debemos absorber, sin distinción de oficios.

Ese clima de incompetencia puede palparse en las aulas de todo el nivel educativo, hasta en las oficinas públicas y privadas. La medianía del hondureño profesional no es cuestión solo de calidad educativa, sino también de apatía cultural; y por eso podemos encontrar, en el universo del mercado laboral, personal aparentemente calificado, pero con tremendos baches de conocimientos y con pobrísimos niveles de experticia técnica.

En Honduras estamos acostumbrados a premiar y aplaudir la productividad superflua de la mayoría de los especialistas, muchos de ellos con una escasa formación cultural y técnica, que no alcanza para ocupar un cargo de altas decisiones. Por escasez debemos entender que el diploma no resulta suficiente para autodenominarse “experto”. Lo somero y lo trivial, así como los resultados a medio vapor, son premiados, reconocidos, vitoreados y ensalzados -sin discreción-, expuestos a la publicación en los pedestales nacionales del honor y de la gloria.

La inmediatez y el cortoplacismo, se reflejan en los currículos de aquellos que quieren ostentar un cargo o un sitial de honor en la sociedad. Incluso la fanfarronería se muestra como un medio para alcanzar posiciones de reconocimiento. Fulanos y fulanas aparecen de la noche a la mañana exhibiendo propiedades intelectuales y técnicas que no poseen, declarándose los mejores en sus campos. Bien decía Nietszche que “todos los que quieren hacer exhibición del espíritu, dan a conocer que están ricamente provistos de lo contrario”. Pero no toda la culpa es de ellos: los formatos de exigencia intelectual y de experticia en nuestras instituciones públicas y privadas aceptan, de buena gana, los historiales de poca monta, o aquellas hojas de vida donde el oropel recubre la esencia del postulante: universidades, empresas privadas y organismos internacionales están infestados de mediocridad y superficialidad profesional, recubiertas con escarapelas y antecedentes descritos, en eterno texto, que pinta al proponente como si se tratase de una estrella de primera.

Pero las cosas no irán muy lejos: después pasará lo de la canciller hondureña: distracciones, tropiezos y ridículos, que nos harán ver muy mal en los foros profesionales. Pero mientras haya tuertos en el país de los ciegos, la esperanza estará cifrada en esos que son los “menos peor” de toda la media nacional.

Comentarios

Entradas populares