Lucha de supremacías

Lucha de supremacías

Por Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Los acontecimientos surgidos hace algunos días en Charlottesville, Virginia, reavivaron los sentimientos raciales que suponíamos enterrados desde los tiempos de John F. Kennedy y de Martin Luther King. Cuando creíamos superado el trauma del odio que caracterizó a buena parte del siglo XX, el llamado Ku Klux Klan, los grupos neonazis y extremistas de derecha hicieron su aparición ondeando la bandera de la supremacía blanca, enviando un claro mensaje a la sociedad norteamericana, de que ahora en adelante, habrá que tomarlos en cuenta como a cualquier otra entidad organizada de esa nación.

Para la historia de los EU, la mácula de la esclavitud y el racismo practicados en el Sur, siempre estará presente como la huella imborrable de un pasado lleno de odio, violencia y derramamiento de sangre inocente, sirviendo de ejemplo a las nuevas generaciones para que jamás se vuelvan a repetir los atropellos que se cometieron en otros tiempos, simplemente por diferencias de origen, cultura o color de piel. John F. Kennedy dio al traste con esta vergonzosa e inadmisible ideología de la supremacía racial, que se practicaba como cosa natural en perjuicio de la población afrodescendiente.

Desde entonces, el racismo institucionalizado pasó a mejor vida, llegando incluso un demócrata afroamericano a ocupar la silla en la Casa Blanca, después de largas y tormentosas décadas de lucha contra la irracionalidad y el desprecio hacia las minorías raciales. Con el ascenso de Barack Obama, se ponía de una buena vez, la tapa al frasco donde se encerraba para siempre el espíritu maligno y sin sentido de la superioridad racial.

Pero hay otros problemas que vienen aparejados con las luchas sociales. La libertad cuesta definirla y, aún más, practicarla. El sueño de Lincoln -aparecido en la Cuarta Enmienda-, era acabar con la esclavitud, pero no para concederle el mismo estatus de los blancos a la población negra, sino para que los estados del Sur no se desligaran del resto de la Confederación y la Unión se mantuviera incólume. Entonces surgen inevitables las preguntas: ¿Cómo manejamos los asuntos que implican un orden legal y que exigen una consistencia moral? ¿A quiénes les damos la razón? o bien ¿cómo “negociamos” esa racionalidad al tratar de prescribir ciertos derechos civiles? La consistencia moral y legal de la lucha por los derechos de los afroamericanos estaba bastante clara, antes de que estos alcanzaran su victoria: el maltrato y la violencia eran las cartas de garantía legal y moral.

Hoy en día, otros movimientos minoritarios quieren arrogarse para sí esa historia, tratando de emular la misma suerte que corrieron los afroamericanos, y pretendiendo aparecer como víctimas del sistema. Han encontrado en la presidencia de Donald Trump, la excusa perfecta para salir a las calles a protestar por… no sabemos con exactitud qué cosas. Los Estados Unidos ya no es el sistema opresivo y excluyente que le tocó vivir a la población negra. Es el sistema más respetuoso de las leyes y su democracia es la menos imperfecta del globo terráqueo; todos tienen derecho a manifestarse: gays, lesbianas, proabortistas, consumidores de marihuana y hasta los grupos supremacistas, todos amparados en la Primera Enmienda de la Constitución. Pero no todos tienen la misma consistencia legal y moral que caracterizó aquella lucha por los derechos de los negros en el siglo recién pasado.

Ahora en el poder, la extrema derecha de los republicanos hará sentir su poderío y tratará de emerger, por nostalgia, los símbolos de la supremacía blanca que el “gringuito” conservador añora de los tiempos de Jim Crow. Y la respuesta del ala izquierda de los demócratas, pareciera que es la de resucitar aquellas veladas románticas de los tiempos de los “hippies”. La polarización y la intolerancia -ahora emergentes-, son los signos de nuestros tiempos, infectados por los relativismos posmodernistas que trastocan los valores más fundamentales de la sociedad.

Lo que sucede en los EE UU es una lucha de poder, nada más. Cada quien trata de encontrarse e identificarse con las pertenencias grupales que más le convienen, y en donde se sienta más a gusto con su forma de pensar. Y es el mismo cuento de siempre: cada poder tiene sus “consentidos” a quienes apoya descarada o silenciosamente. En esta refriega no existen ni “buenos” ni “malos” ni ángeles ni demonios, solo grupos tratando de encontrar la acequia y la llave que los lleve al poder, para establecer su propia supremacía, la misma que hoy ha llevado a los grupos conservadores a la Casa Blanca.

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