¿Megalómano o narcisista?

¿Megalómano o narcisista?

Por Mario E. Fumero

¿Entenderemos las diferencias entre un megalómano y un narcisista? Veamos el significado de ambas expresiones, para poder juzgar la conducta de nuestros políticos, y poder detectar los peligros de que alguien así obtenga el poder, con uno de estos dos problemas, lo cual nos llevaría al desastre.
La “megalomanía” psiquiátricamente es una condición mental o psicopatológica que se caracteriza particularmente porque la persona que la padece, experimenta una delirante fantasía de poder, de relevancia y omnipotencia, hinchado su autoestima, y considerándose a sí mismo el ganador o el mejor, antes de competir. Es el efecto final, que según Heinz Kohut, se desencadena de un proceso de una personalidad narcisista, y se considera un problema clínico mental.

El “narcisismo” es a su vez un amor excesivo a sí mismo, en donde el sujeto se considera el mejor, más bello, más fuerte y el único que puede resolverlo todo. Fue Sigmund Freud el que introdujo este término en la psicología, basado en el mito de Narciso, el cual amó tanto su imagen, que terminó ahogado. La psiquiatría relaciona el narcisismo con una serie de trastornos mentales que dan origen a los iluminados, mesiánicos y dictadores.

Analizando estos términos, debemos examinar el discurso de nuestros políticos para ver si en algunos de ellos hay evidencias de este trastorno mental, porque cuando una persona con problemas de megalomanía o narcisismo llega al poder, estamos a las puertas de tener un dictador, que como Hitler, conduzca la nación al desastre.

Si analizamos psiquiátricamente a todos los dictadores de la historia, empezando por Nerón, Napoleón, Hitler, Stalin, Mao Zedong, Somoza, Trujillo, Pinochet, etc. Descubriremos que todos ellos padecían de estos dos problemas mentales, se creían los únicos que podían salvar al país, y además, se consideraban los mejores e imprescindibles, llegando a enfermarse aun más al tener el poder, y es que las personas que confrontan estos problemas, al tener poder absoluto, sus síntomas se agravan, y se convierten en una bomba de tiempo.

Debemos de considerar en los políticos cualidades que nos protejan de no tener como gobernante a enfermos mentales. Las cualidades de un político sano mentalmente radican en que sean humildes, poco altivos, no jactanciosos, dispuestos a sumir la derrota como parte de la contienda, y que apelen siempre al respeto de los demás, y no al insulto. Que no inciten al odio, ni a la violencia. Deben deponer sus propios intereses y caprichos, para establecer una agenda en beneficio de la mayoría. No deben ser prepotentes, ni altivos. Deben tomar consejo y sobre todo, no dejarse llevar por sus asesores, sino evaluar el sentir del pueblo por los medios de comunicación.

Cuando vean a un político ensoberbecido, ¡cuidado!, estamos al borde del caos, y no debemos seguirle, porque nos llevará a la ruina. Usemos nuestra inteligencia y lógica para discernir entre todos, a los más humildes, y desechar a los más altivos, porque dice la Biblia que “Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).

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