Dos procederes al uso: transición y continuismo

Dos procederes al uso: transición y continuismo

Por: Óscar Armando Valladares
Decididamente, el madrugón de 2009 -más que el del 63- ha desasosegado a la sociedad hondureña, de tal suerte o tuerce, según la óptica con que se mire, que las cosas son distintas para bien o para mal, particularmente en el ámbito político y, de rebote, en el marco electoral que nos encuadra. El partido de gobierno jugó a la astronomía, alineando los “planetas” en la órbita de sus intereses y de su estrella suprema, ciudadano Hernández Alvarado, afanado en rotar su mandato por cuatro años.

Juristas de la Academia y otros que no lo son, juraron por la diosa Temis que el procedimiento recorrido y recurrido no contradijo el espíritu y la letra del texto constitucional y así lo refrendó la Corte; más, la comprensión ajena adujo y aún aduce lo contrario, juzgando improcedente el hecho continuativo -trasunto del de Carías Andino-, aunque por la vía inédita de una oficial reelección.

En contraste, la válida oposición, con Nasralla y Zelaya Rosales en la proa, embarcan sus energías, aún contra viento y marea, al puerto de un gobierno que llaman de transición, término cuyos alcances vale justamente precisar, a tenor de lo trascendido noticiosamente, y no maliciosamente como se ha querido traducir.

Por de pronto, importa subrayar que el vocablo no guarda relación de sinonimia con transitorio, equivalente este a pasajero o temporal, como lo es, por caso, el condumio solidario -pan para hoy, hambre para mañana -.

Transición, en sentido político estricto, alude a la instauración de un gobierno que haría diferencia con el gemelo mandato de Pepe y JOH. Por caso, el vocablo se aplicó a contar de enero de 1982, cuando el liberal Roberto Suazo Córdova asumió la presidencia del país, después de la permanencia de los hombres de uniforme en el mando político nacional. Exactamente se dijo que acaecía la transición -o paso- del autoritarismo a la democracia, del mando verde olivo al rojo-blanco-rojo de las milicias que no peinan canas. En suma, del paso al poder civil.

¿Dónde radica, entonces, la malicia de entreverar el sentido y el alcance que confiere la oposición al término susodicho? Trasladar al electorado la “idea” de que el potencial gobierno de Salvador Nasralla, fruto de una alianza interpartidaria, implementaría de entrada el fantasma de la constituyente y subsecuentemente la implantación de otra ley fundamental, invocando para alborotar más el cotarro la injerencia del “Chavismo” y el influjo pernicioso del socialismo del siglo XXI y demás zarandajas al uso, como en su momento se inventó lo del “villedocomunismo” (referido al derrocado gobierno de Villeda Morales), todo ello registrado en las hojas de la historia, y que ignora a pie juntillas el curtido diputado, vástago del veterano político Mario Rivera López (QDDG).

Radica, ítem más, frenar con estas “alarmas” el ascenso que en encuestas y en la cotidianidad, viene experimentando la opción opositora, de cara a los comicios del 26 de noviembre, alarmas que, sin asomo de duda, se recrudecerán desde el 28 de agosto, aparte de un sinfín de medidas, ¿ocaso estilo Honduras? Y es que, a decir verdad, en esa fecha decisiva -más que los términos aludidos- será el fondo de uno y otro lo que el electorado escogitará con sufragio transparente -que ojalá sea así- es: o el cambio de horizonte o el alargue de lo mismo.

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